Es muy común en estos días encontrar referencias en los medios de comunicación al llamado “modelo portugués”, citado como ejemplo que podría seguir Argentina para salir de su profunda crisis económica. Se señala que Portugal logró volver a la senda del crecimiento económico luego de una dura recesión, reducir su déficit fiscal, hacer bajar el desempleo y hasta revertir algunas de las medidas de austeridad que había tomado previamente. De esta manera, se intenta demostrar que habría una “luz al final del túnel” sin necesidad de tomar medidas anticapitalistas, de repudiar la deuda externa y avanzar sobre los intereses económicos de los grupos concentrados.
La economía portuguesa (ya de por sí la más débil de Europa occidental) había sufrido un duro golpe a partir de la crisis mundial de 2008, que la llevó al borde de la cesación de pagos en 2011. En dicho año, su gobierno solicitó un programa de “salvataje” a la famosa “Troika” formada por el FMI, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea. Concretamente, se le pidieron prestados 78.000 millones de euros para poder seguir pagando la deuda y evitar la quiebra del sistema bancario.
Como siempre y en todo lugar, este crédito fue concedido con duras condiciones: se exigió al gobierno portugués reducir fuertemente el déficit fiscal, lo que implicaba realizar un durísimo recorte al gasto público, despedir empleados estatales, bajar salarios, subir el IVA (es decir, el impuesto al consumo de subsistencia de los trabajadores), realizar una reforma laboral precarizadora y aumentar la edad jubilatoria.
El gobierno portugués aceptó estas condiciones y las aplicó al pie de letra, durante los cuatro años que abarcaba el programa. Es decir: entre 2011 y 2014 se realizó un durísimo ajuste sobre la clase trabajadora, bajando su nivel adquisitivo, aumentando fuertemente el desempleo y destruyendo gran cantidad de derechos conquistados. Esto permitió pagar religiosamente la deuda externa en ese período y salir del “salvataje” por haber terminado su período de vigencia.
En el largo plazo, el ajuste brutal produjo eventualmente un repunte de la economía capitalista: la baja de los costos laborales permitió un crecimiento de las exportaciones, una paulatina reducción de desempleo y el fin de la recesión, todo sobre las espaldas del pueblo trabajador. Sin embargo, el (supuesto) “boom” de Portugal comenzaría recién al año siguiente, a partir de la formación de un gobierno “progresista”.
En 2015, el pueblo portugués rechazó en las urnas a los partidos que habían aplicado la mayor parte de los planes de austeridad. De dichas elecciones surgió un gobierno relativamente “anormal”, encabezado por el Partido Socialista y apoyado parlamentariamente por el Partido Comunista y el “Bloco de Esquerda”.
Dicho gobierno evitó realizar nuevos recortes e inclusive volvió atrás con algunas pocas medidas de las tomadas en el período anterior. La economía en estos últimos años logró un repunte modesto pero real, cayendo fuertemente la desocupación. Las tendencias políticas de centroizquierda en todo el mundo (como el kirchnerismo en Argentina) intentan mostrar a este “modelo portugués” como un “caso exitoso” de cómo salir de una crisis en el marco del capitalismo. Sin embargo, hay muchas cosas que hacen falta señalar.
En primer lugar, el gobierno “progresista” evitó tomar nuevas medidas de austeridad, solamente… porque las que se habían tomado previamente ya habían alcanzado para cumplir las metas impuestas por la “troika”. No existió nada parecido a una “ruptura” con los organismos acreedores, ni una “renegociación”: simplemente se les pagó hasta el último centavo y se les dio todo lo que exigían. Más aún, el gobierno “progresista” en 2018 terminó de pagar la deuda de 26.000 millones al FMI por adelantado, mostrando ser el “mejor alumno” de los organismos de crédito. Luego de cuatro años de duros padecimientos de la clase trabajadora, no se necesitó por el momento “nuevos” ataques, e inclusive se revirtieron algunos pocos de ellos. Pero de ninguna manera se volvió a la situación previa al comienzo de la crisis, ni se compensó a los trabajadores por todo lo perdido. Lo que se festeja como una “mejora”, en realidad fue simplemente que se dejó de seguir cayendo.
En segundo lugar, el crecimiento económico obtenido fue en sectores altamente improductivos: el turismo y los negocios inmobiliarios, que se vieron beneficiados por las reformas. Estas áreas tuvieron un muy importante “boom” que arrastró hacia arriba el conjunto de la economía. Pero no se trata de una recuperación que le permita a Portugal un desarrollo real, una mayor productividad, una mayor capacidad de producir lo que necesita y menos aún de competir en el mercado mundial. La base económica del “milagro portugués” tiene patas muy cortas.
En tercer lugar, el desempleo bajó gracias a la generación de puestos de empleos extremadamente precarios, muchos de ellos en los sectores recién mencionados. No se trata de empleos estables, con salarios altos, etc., sino todo lo contrario. Una gran mayoría de ellos son empleos temporales, tercerizados, mal pagos, etc. Aunque el gobierno haya aumentado formalmente el “salario mínimo”, el hecho de que cada vez más personas lo cobren significa que el salario promedio tiende a caer, por lo menos en los nuevos puestos de empleo que se vienen generando desde la “salida” de la crisis. Por otra parte, la reforma laboral precarizadora y el ataque al sistema jubilatorio no fueron revertidos por el gobierno “progresista”, por lo cual amplios sectores siguen estando en peores condiciones que antes del “salvataje”.
Por último, inclusive esta recuperación “moderada” e insípida que es el gran modelo de la centroizquierda, fue posible gracias a condiciones específicas de tiempo y lugar, que tampoco pueden ser imitadas fácilmente. Por ejemplo, la crisis de deuda fue contenida en parte por una serie de programas del Banco Central Europeo que facilitaron bajas tasas de interés y préstamos a largo plazo -medida a lo que sólo pueden aspirar los miembros de la Eurozona- y tampoco se sabe por cuánto tiempo. Por otra parte, la pertenencia al mercado común europeo permitió un mercado tanto de exportaciones como de inversiones y de turismo para la economía portuguesa, al que los países fuera de Europa no tienen acceso. Para culminar, todos estos elementos ni siquiera solucionaron los problemas estructurales de la economía portuguesa, que sigue con una tasa de endeudamiento altísima. Cualquier posible cambio en las condiciones internacionales podría tirar por la borda todo lo conseguido en un tiempo récord.
En conclusión, el “modelo” portugués significa que los trabajadores paguen durante varios años el costo de la crisis con un duro ajuste, para confiar en que en el largo plazo, con condiciones externas favorables, se pueda lograr una muy módica mejoría, de características superficiales y que ni siquiera implica recuperar todo lo que se perdió en el camino. Está claro por qué la “salida portuguesa” no es realmente una salida, y menos aún para un país periférico y atrasado como la Argentina.