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El referéndum constitucional agrava la crisis política

Por Ale Kur, SoB, 16/3/17

Estas últimas semanas Turquía volvió a ser noticia en la política internacional. El motivo es la crisis diplomática que se abrió entre dicho país y Europa (especialmente, Holanda). En el centro del problema se encuentra el referéndum constitucional que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan convocó para el mes de abril, intentando establecer un sistema político presidencialista en lugar del actual sistema parlamentario. Para comprender todo esto, haremos un repaso de la situación política que atraviesa el mencionado país de Medio Oriente en los últimos años.

Turquía se encuentra sumida hace ya largo tiempo en una situación de crisis política. No se trata exactamente de una crisis de gobernabilidad, ya que el poder se encuentra fuertemente concentrado en manos del partido islamista gobernante (AKP) y su líder, el presidente Erdogan. Lo que está en crisis es el andamiaje institucional: la relación entre las instituciones, los diversos partidos y sectores políticos, etc. El régimen político en su conjunto se encuentra sometido a una fuerte presión.

Esta crisis tuvo varios momentos. En mayo-junio de 2013, la rebelión popular del parque Gezi puso en cuestión al gobierno del entonces Primer Ministro Erdogan, golpeándolo desde la izquierda, desde una posición laica y desde los intereses populares. Esta rebelión fue derrotada, pero tuvo como consecuencia un fuerte aumento en la polarización en el país y la apertura de un ciclo de inestabilidad política.

En agosto de 2014 Erdogan fue electo Presidente de Turquía, cargo que en un sistema parlamentario reviste una importancia relativa (más protocolar que real). Sin embargo, en los hechos siguió concentrando gran parte del poder en el país, por ser el líder indiscutido del partido gobernante. Por otro lado, esto ocurrió luego de una década entera de que ejerciera el cargo de Primer Ministro, siendo la figura política central en todo este periodo. Se comenzó a instalar entonces el problema del régimen político de Turquía: Erdogan comenzó a introducir su iniciativa de pasar a un sistema presidencialista, que le permitiera ejercer el poder de manera irrestricta, sin trabas institucionales.

Para el partido gobernante AKP, esto se trata de un problema estratégico. Este partido islamista se plantea refundar las bases del Estado turco, que desde la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial (1918) posee una tradición laica y una ubicación relativamente subordinada en el escenario internacional. Con un sistema presidencialista fuerte en manos de un caudillo islamista, se fortalecen las condiciones para transformar el carácter y ubicación del Estado mismo, para intentar relanzar un Estado más similar al viejo Imperio Otomano. Este es el sueño reaccionario de los islamistas turcos: relanzar a Turquía como país imperialista sobre una base religiosa (o por lo menos, con elementos fuertes de legitimación y legislación religiosa), con capacidad de ejercer una influencia regional mucho mayor.

Tras la elección presidencial de Erdogan, el siguiente gran episodio de la crisis política turca fue el conflicto con los kurdos. El partido islamista gobernante vio con un enorme resquemor el triunfo de los kurdos en Kobane (Siria, en la frontera con Turquía) contra el Estado Islámico, concretado en febrero de 2015. Este triunfo fortalecía inevitablemente a los kurdos de Turquía, oprimidos por su propio Estado. A esto se sumó el gran resultado electoral que obtuvo el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), partido pro-kurdo y de izquierda reformista, en las elecciones de junio de 2015, entrando por primera vez al parlamento con una gran cantidad de diputados. Por otro lado, este resultado no le otorgaba al partido islamista gobernante los números necesarios para volver a gobernar en soledad. La situación política turca entraba en un impasse difícil de resolver.

Para destrabar la situación a su favor, Erdogan lanzó entonces una campaña de fuertes provocaciones, que desató una proto-guerra civil en las regiones kurdas del país. Las Fuerzas Armadas turcas asediaron, bombardearon e invadieron las ciudades y poblaciones kurdas, causando una enorme destrucción y una gran cantidad de muertos. Crímenes de guerra que recientemente fueron reconocidos por primera vez por un informe de la ONU, sin que en su momento fueran denunciados por las grandes potencias imperialistas “democráticas”.

En el marco de ese proceso de hostigamiento y violencia brutal, se realizaron nuevas elecciones en noviembre del 2015 donde el partido gobernante AKP pudo obtener la mayoría necesaria para formar gobierno (capitalizando la polarización generada por el enfrentamiento militar). Pero la base de la situación ya era mucho más inestable.

Este cóctel se volvió infinitamente más explosivo en julio de 2016. Allí un heterogéneo y opaco grupo de conspiradores militares lanzó una intentona golpista que fracasó (no sin dejar una gran cantidad de muertos en el camino). El gobierno de Erdogan acusó de ser responsable de la misma a la cofradía de su exaliado Fetthulah Gulen, también islamista. Lanzó entonces una campaña de caza de brujas que, identificando supuestos “gulenistas” en todos lados, instaló un régimen de represión y terror. Cientos de miles de empleados estatales fueron despedidos, miles de personas fueron encarceladas (incluidos muchísimos periodistas), los medios de comunicación independientes fueron clausurados, etc. Al mismo tiempo, se profundizó la represión contra los sectores de izquierda como el Partido Democrático de los Pueblos, encarcelando a sus líderes, diputados y hasta a sus alcaldes (previa destitución sumaria).

Así es como Erdogan terminó por concretar en los hechos su giro autoritario. Estableció un Estado de emergencia que desde ese momento se viene renovando indefinidamente. Liquidó prácticamente todo derecho de protesta, de expresión y de oposición. Impulsó inclusive la destrucción física de los locales de la izquierda a través del uso de patotas de su base partidaria.

En ese clima ultrarreaccionario, el parlamento turco aprobó finalmente a comienzos de 2017 la convocatoria a un referéndum (que se realizará en abril) para aprobar una reforma constitucional introduciendo el sistema presidencialista. Desde entonces, toda la situación política giró a la campaña electoral del referéndum, con el oficialismo haciendo campaña por el “sí” tanto dentro como fuera de Turquía.

La crisis diplomática con Europa y la reforma constitucional

El actual conflicto se desató por el intento del gobierno nacional turco de realizar actos proselitistas en países europeos (donde se encuentran presentes importantes comunidades de inmigrantes turcos), para hacer campaña allí a favor del sistema presidencialista. El gobierno holandés le negó el ingreso al país a un ministro nacional de Turquía que tenía ese objetivo, impidiendo el aterrizaje de su avión. Este fue el detonante que hizo estallar la crisis.

El gobierno de Holanda, al igual que varios gobiernos e instituciones europeas, ven con preocupación el giro crecientemente autoritario de Erdogan. En los últimos meses viene ocurriendo una escalada de roces y tensiones entre ambos. Tanto el gobierno de Alemania como la Comisión Europea se manifestaron en los últimos días contra la posibilidad de que acumule más poder en sus manos.

De parte de los gobiernos europeos, sin embargo, se trata de una posición completamente hipócrita. Durante años fueron cómplices de todos los crímenes de Erdogan, callando ante ellos ya que Turquía era un socio político y comercial. Más aún, Turquía actuó estos últimos años como “guardia fronterizo” de Europa, impidiendo el ingreso de cientos de miles de refugiados provenientes centralmente del conflicto sirio. Los gobiernos europeos entregaron sumas de dinero enormemente cuantiosas al Estado turco para que funcione como una gran muralla contra los inmigrantes.

Por otro lado, la súbita preocupación “democrática” de Europa pasa por alto su propia creciente xenofobia e islamofobia. Mientras se erige en supuesta defensora de las libertades y derechos individuales, cercena cada vez más las libertades y los derechos de sus inmigrantes y ciudadanos musulmanes o provenientes de las excolonias de Asia y África. Una Europa elitista que intenta convertirse en una fortaleza, desentendiéndose de las víctimas de los problemas que ella misma contribuyó a generar durante siglos.

Por esta razón, ante la sociedad turca, el choque con Europa aparece como si fuera un descargo “anti-imperialista”, una reivindicación de la dignidad turca frente a la prepotencia de los colonizadores europeos. Ese sentimiento intenta capitalizar Erdogan en función de sus intereses reaccionarios: apareciendo como el “caudillo de la nación oprimida”, busca en realidad cimentar su propio poder absoluto para utilizar contra los trabajadores, contra las mujeres, contra la juventud, contra los kurdos, etc., etc.

No está claro hasta qué punto el gobierno islamista logrará su objetivo. Las primeras encuestas de intención de voto para el referéndum señalaban un resultado relativamente parejo, con un amplio sector de la sociedad rechazando la cristalización autoritaria de la situación. Es muy probable, sin embargo, que la utilización de una represión sistemática contra la oposición y la movilización masiva de recursos del Estado termine inclinando la vara para el lado del “sí” (incluyendo, llegado el caso, la posible realización de un fraude electoral sistemático). Pero tampoco puede descartarse que el rechazo sea mayor al previsto.

En cualquier caso, el referéndum se trata de una trampa reaccionaria que debe ser denunciada. En su contenido, porque busca concentrar el poder en manos de un gobierno derechista, retrógrado religioso, neoliberal y antipopular. En su mecanismo, porque obliga a la población a decidir a favor o en contra de una propuesta sobre un aspecto puntual del régimen político, sin permitirle discutir y decidir sobre el régimen en su conjunto. Es el sistema político en su totalidad el que debe ser puesto en cuestión, por ejemplo, a través de una Asamblea Constituyente libre y soberana, que pueda refundar el conjunto del país sobre nuevas bases (laicas, democráticas y socialistas).

De la misma manera, también debe ser denunciado el imperialismo europeo, su giro xenofóbico e islamofóbico, así como su centenaria política de opresión al mundo colonial y sus descendientes. Europa carece de cualquier autoridad política y moral para dar lecciones de “democracia” al resto del mundo.

Turquía necesita una salida independiente tanto del imperialismo europeo y yanqui como del autoritarismo reaccionario de Erdogan y los islamistas. Una salida que ponga en el centro los intereses de todos sus explotados y oprimidos.

Ante el asesinato del embajador ruso en Turquía

El lunes 19 fue asesinado a los tiros en Turquía el embajador ruso en dicho país (Andrei Karlov), durante una muestra artística. El hecho tuvo un gran impacto internacional al realizarse la acción en medio de una actividad pública y con muchos periodistas.

El ejecutor del asesinato fue un policía de las fuerzas especiales turcas, que era uno de los custodios asignados para el embajador. Su nombre era Mevlut Mert Altintas (de 22 años), y fue rápidamente abatido por las fuerzas de seguridad. Luego del atentado, el custodio pronunció un discurso frente a las cámaras explicando sus motivos. Señaló que se trataba de una venganza por el rol criminal jugado por Rusia en los bombardeos a Alepo, en Siria. Mencionó también la Jihad y su lealtad a Mahoma, el profeta del Islam.

Se trata entonces de una acción terrorista clásica, del tipo de las que eran comunes durante parte del siglo XX (especialmente a principios de siglo). Aquí los objetivos eran figuras políticas altamente simbólicas, a diferencia del “terrorismo del siglo XXI” estilo ISIS y Al Qaeda, donde las víctimas son trabajadores y gente común y corriente.

La tradición marxista rechaza el terrorismo individual sea cual sea su forma, ya que sustituye el accionar político de las masas por acciones de aparato y genera mejores condiciones para la represión y el aislamiento político. Aun así, existe una diferencia cualitativa entre el terrorismo “político” (especialmente cuando se realiza en nombre de causas populares progresivas y apunta a figuras detestadas por las masas) y el terrorismo indiscriminado contra población civil inocente, de contenido netamente reaccionario.

En este sentido, cabe señalar que Rusia tiene una inmensa responsabilidad en la bárbara masacre de Alepo, donde una de las fuerzas aéreas más poderosas del mundo utilizó su enorme potencial destructivo contra la población civil, matando a miles de personas (incluidos niños) y dejando sin hogar y sin medios de vida a muchísimas más.

En la declaración de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie publicada la semana pasada hemos caracterizado a Alepo como “la Guernica del siglo XXI”. Más allá del carácter reaccionario de los “rebeldes” que se encontraban ocupando Alepo del Este, de ningún modo pueden justificarse las masacres llevadas a cabo por Rusia y el régimen de Al Assad; en el medio estaban cientos de miles de habitantes.

Por otro lado, la reocupación de Alepo oriental por parte de las tropas de la dictadura no “liberó” la ciudad; cambió en todo caso el color de la bota opresora, restaurando las condiciones contra las cuales las masas se rebelaron en 2011-2012. Sólo una retirada completa de todas las facciones armadas reaccionarias puede conseguir la libertad de Alepo, sobre la base de la autodeterminación de sus trabajadores y sectores populares.

Por eso no “lloramos” al reaccionario embajador ruso (cómplice de la masacre), aunque tampoco apoyamos el atentado. No solo por tratarse de una acción individual separada del movimiento de masas, sino porque su ejecutor no representaba una salida progresiva a la catástrofe de Siria. No está clara exactamente la pertenencia política del autor del atentado: el régimen de Erdogan acusa a la red del clérigo Gulen, pero sus acusaciones nunca son demasiado creíbles considerando la enorme cantidad de mentiras que fabrica contra todos sus opositores. La red de Gulen se convirtió en un chivo expiatorio para todo lo que Erdogan no puede resolver.

En cuanto al sentido “práctico” del atentado, muy probablemente se trate de una acción destinada a enturbiar las relaciones entre Turquía y Rusia. Ambos vienen de enfrentarse durante años en la arena de la guerra civil siria. Sin embargo, cuando quedó claro que era imposible derrotar militarmente al régimen de Al Assad, Erdogan cambió su orientación política: se acercó entonces a una “salida pactada” con el régimen sirio. La “evacuación” de Alepo fue parte de estos acuerdos, y pavimentó el camino para una salida más general al conflicto. Pero especialmente, el primer gran acuerdo de colaboración que pudieron alcanzar es el del norte de Siria: allí Al Assad permitió el ingreso de las tropas turcas para ayudar a las brigadas islamistas locales a desalojar al Estado Islámico.

El verdadero objetivo de Turquía era cubrir la retirada del ISIS para que estos territorios no fueran ocupados por las milicias kurdas de las YPG-YPJ y sus aliados. Al régimen sirio le resultó conveniente “intercambiar” la franja norte de Siria por Alepo, mucho más importante estratégicamente como centro económico y demográfico.

Por lo tanto, ambos, Erdogan y Assad, salieron ganando con su pacto, que podría ser la base para un acuerdo más general de salida al conflicto. Para ello ya comenzaron a reunirse los representantes de Rusia, Turquía e Irán, dando los primeros pasos en ese camino.

Sin embargo, este acercamiento no resulta igualmente conveniente para todos los actores del conflicto sirio. Dentro del bando “rebelde”, una salida pactada perjudicaría especialmente a las tendencias más extremistas como Al Nusra (ahora renombrada “Jabat Fatah Al Sham”), que se nutre de un guerrerismo permanente y no tendría lugar en una estabilización política. En el plano internacional, no está claro qué es lo que podrían ganar con un acuerdo los países que hasta ahora eran aliados de Turquía, como Qatar y Arabia Saudita. Es muy posible que por lo menos uno de ambos salga perjudicado con los acuerdos, por lo cual pueden estar intentando generar provocaciones que los descarrilen. Esta es una de las hipótesis que podrían explicar el atentado contra el embajador ruso, aunque todavía no existen evidencias en ese sentido.

En cualquier caso, una salida progresiva para los conflictos de Siria, Turquía y todo Medio Oriente exige el desarrollo de un movimiento obrero y popular independiente de todos los grandes aparatos burgueses y reaccionarios, sean islamistas (como Erdogan y los “rebeldes” sirios) o “laicos” como Al Assad. Solo derrotando a las dictaduras y a las tiranías, sean militares o religiosas, se puede cerrar paso a la barbarie en la que está sumida la región.