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Ciclos, onda y curva del desarrollo capitalista

La clave de la dinámica del sistema está en la lucha de clases

Roberto Saenz

“Por lo que se refiere a las fases largas (de cincuenta años) de la tendencia de la evolución capitalista, para las cuales el profesor Kondratiev sugiere, infundadamente, el uso del término ‘ciclos’, debemos destacar que el carácter y la duración están determinados, no por la dinámica interna de la economía capitalista, sino por las condiciones externas que constituyen la estructura de la evolución capitalista. La adquisición para el capitalismo de nuevos países y continentes, el descubrimiento de nuevos recursos naturales y, en el despertar de éstos, hechos mayores de orden ‘superestructural’ tales como guerras y revoluciones, determinan el carácter y el reemplazo de las épocas ascendentes, estancadas o declinantes del desarrollo capitalista” (León Trotsky, La curva del desarrollo capitalista).

A lo largo del siglo XX se fue desarrollando en el marxismo el instrumental para llevar adelante el análisis de la dinámica del sistema. Fue en ese marco que surgió la preocupación acerca de cómo evaluar las “regularidades” en la dinámica del capitalismo, qué poder “anticipatorio” podían tener.

Se trata de un tema que a comienzos del siglo XXI, en medio de la actual depresión económica internacional abierta en el 2008, cobra renovada relevancia y que en este artículo (que es una suerte de “borrador”, parte de una elaboración mayor para nuestra próxima revista SoB), queremos someramente abordar.

El ciclo del capital industrial

En las postrimerías del siglo XIX, Marx, en su obra cumbre, El Capital, en su segundo tomo, se dedicó a analizar el ciclo del capital industrial. Es decir: cómo funciona el proceso de reproducción que permite que cada tanto tiempo, una vez cumplido un ciclo de adquisición por parte del capitalista de las materias primas y la fuerza de trabajo, y teniendo en sus manos los medios de producción, pasando posteriormente por el proceso productivo y realizadas las ganancias de las mercancías por intermedio de la venta de las mismas, el proceso productivo volviera a recomenzar.

Si este proceso productivo comenzaba con una misma base de medios de producción, Marx lo llamaba reproducción simple. Pero si a partir de las ganancias empresarias dicho empresario ampliaba su dotación de capital fijo constante (es decir, los medios de producción “inmovilizados” en la empresa), el ciclo productivo daría lugar a una reproducción ampliada. A mayor inversión, a mayor dotación de capital en medios de producción, y a mayor utilización de trabajadores (o una utilización más intensiva), y mayor cantidad de materias primas, debía dar lugar a un aumento en la producción. La reproducción sería así ampliada, que es lo que está por detrás de todo proceso de acumulación.

En este proceso (el del ciclo normal de la producción industrial) Marx descubrió una “regularidad”. Ocurre que en un ciclo promedio de cada 10 años, como subproducto del envejecimiento tecnológico de los medios de producción (amén de su normal desgaste), se impone una renovación de los mismos de manera tal de no quedar por detrás de la productividad de la rama y la economía como un todo. (Es la competencia en el mercado la que impone esta dinámica.)

El proceso mismo de esta renovación plantea una crisis cíclica, esto en la medida que la sustitución de una gran porción de capital envejecido y los gastos incrementados por colocar la empresa sobre una nueva base técnica, llevan de manera periódica a un momento de caída de la tasa de ganancia (la proporción de las ganancias sobre el capital total invertido), como subproducto del enorme aumento en la inversión necesaria en nuevo capital fijo.

En Marx este proceso de “ciclo corto” opera sobre la base de una determinada regularidad que si no excluye la lucha de clases[1], de todas maneras se impone a partir de este ciclo de rotación del capital fijo, que si en su época se establecía con una duración de 10 años, hoy dadas las inmensas revoluciones tecnológicas ocurridas, transcurre en un período de tiempo menor.

“Ondas largas” y dinámica del capitalismo

Pero si esto es lo que ocurre, de manera aproximada, respecto del ciclo del capital industrial, el interrogante es si este tipo de regularidades pueden observarse en la dinámica económica más de conjunto del capitalismo.

Es archiconocido que el economista de origen menchevique Kondratiev desarrolló una elaboración –y una polémica con León Trotsky, entre otros-en la URSS de los años 20 en el sentido que, según él, además de los ciclos cortos económicos regulares, existirían ondas de largo plazo de ascenso y caída de la economía capitalista, que se expresarían con una regularidad de 50 años. Durante los primeros 25 años, se expresaría una onda básicamente ascendente y en los 25 años siguientes, una básicamente descendente.

Si es verdad que el análisis de Kondratiev remitía a ciertas regularidades empíricasque se podían observar en el capitalismo desde comienzos del siglo XIX, su elaboración quedó bajo fuego en la medida que era un abordaje economicista y mecánico que excluía de los desarrollos la lucha de clases (por naturaleza indeterminados) y los demás elementos que conforman lo que Trotsky dio en llamar, con razón, la curva de desarrollo capitalista.

¿Qué señaló Trotsky en la polémica de aquellos años? Planteó que era del todo ruinoso analizar la dinámica del sistema por razones puramente “endógenas”. Que no había manera de comprender su evolución sino era históricamente, a posteriori de los eventos mismos, partiendo no solamente de determinaciones puramente económicas, sino de aquellos elementos que el gran revolucionario ruso titulaba “las condiciones externas que constituyen la estructura de la evolución capitalista”, y que no son más que la adquisición de nuevos territorios para la explotación capitalista directa, el descubrimiento de nuevos recursos naturales y/o hechos mayores de orden político general como son las guerras y las revoluciones.

De ahí que Trotsky prefiriera, en vez de hablar de “ondas largas”, el concepto de curva de desarrollo capitalista que, por añadidura, y esto es fundamental, sólo puede trazarse a posteriori del desarrollo histórico de cada etapa del sistema y no por anticipación de él, como si fuera obra de astrólogos que por alguna razón esotérica pudieran anticipar el futuro desarrollo del sistema.

Es decir: si en materia del ciclo normal del capital industrial podemos hablar de ciclo endógeno puramente económico de su desarrollo (y aun en ese caso sería erróneo excluir la lucha de clases), en el caso de la dinámica histórica del sistema, esto resulta completa y redondamente incorrecto: no existe ningún elemento “cíclico” que determinesu desarrollo, incluso si a posteriori se pueden observar algunas “regularidades”: su curso depende del entrecruzamiento entre tendencias económicas y políticas donde, en última instancia, lo que decide el desarrollo ulterior de las cosas, es la lucha de clases.

La elaboración de Ernest Mandel

Schumpeter y otros economistas burgueses tomaron e intentaron desarrollar la elaboración de Kondratiev; incluso en la jerga económica quedó establecido el concepto de “ciclo de Kondratiev” para dar cuenta de estas “regularidades” ocurridas en el ciclo económico de conjunto; estas alzas y bajas de largo plazo en la acumulación capitalista.

Desde el terreno del marxismo, Mandel produjo dos obras de valor en materia económica: El capitalismo tardío (1972) y luego otra vez en Las ondas largas del desarrollo capitalista (1985), donde intentó dar una caracterización del capitalismo contemporáneo[2]. No vamos a detenernos aquí en un examen exhaustivo de las mismas (lo llevaremos adelante en un artículo de próxima aparición en nuestra revista SoB); sí nos interesa hacer algunas puntualizaciones.

Mandel realizó un análisis del capitalismo a posteriori de la Segunda Guerra Mundial, que merece un examen atento y cuidadoso[3]. El mismo poseía varios aportes y tuvo el loable objetivo de entender cómo, contra todos los pronósticos, posteriormente a la Segunda Guerra Mundial, se produjo el más grande boom económico en la historia del capitalismo.

Si aquí no nos podemos detener en una evaluación crítica de sus afirmaciones, sí nos interesa un costado que es el que tiene que ver con esta nota: en qué medida su conceptualización de las “ondas largas” del desarrollo capitalista es sostenible.

Que en la posguerra, a consecuencia de la destrucción de capital que la guerra entrañó y de la baja generalizada en el nivel de vida de la clase obrera mundial, se vivió un alza económica histórica, de ninguna manera podía haber dudas.

Pero la dificultad estriba en que Mandel, de alguna manera, intentó dilucidar este ascenso económico en el contexto de alguna regularidad vinculada de los “ciclos de Kondratiev”: habiendo pasado la Gran Depresión, el alza del boom de la posguerra venía a confirma la existencia de “ondas largas” del desarrollo capitalista, esto es, una determinada regularidad.

¿Cómo explicaba Mandel esta regularidad? Combinando dos tipos de análisis. Por un lado, afirmaba que la fase descendente del ciclo económico largo tenía que ver con las causas endógenas del funcionamiento del sistema: llegado a un punto, la composición orgánica del capital (es decir, la relación creciente del capital constante sobre el variable, de las máquinas sobre el trabajo humano, único creador de valor), aumentaba de tal manera que no había ganancia que lo pudiera compensar, por lo que se debía ir a una crisis. La crisis ocurría por motivos económicos “endógenos”.

Sin embargo, cuando se trataba del problema de la recuperación capitalista de conjunto, Mandel señalaba que aquí no podía apelarse sólo a motivos endógenos: que la lucha de clases como motivación “exógena” debía actuar para posibilitar –derrota de los trabajadores mediante- una nueva alza en el ciclo económico.

Si de todas maneras, y como señalaba Daniel Bensaïd, originado en la misma corriente de Mandel, tanto en el alza como en la baja del capitalismo es inevitable que se combinen elementos tanto económicos como políticos, otro grave problema es que Mandel sostenía la existencia de “ondas largas” del desarrollo capitalista (a la cual antes de morir le agregó el concepto aún más complejo –como afirma Bensaïd también- de “ciclo regular de la lucha de clases”), lo cual le hacía imposible escapar de cierto economicismo[4]: “(…) la oposición entre los factores ‘endógenos’ (económicos) que determinarían la inflexión de la tendencia descendente, y los factores ‘exógenos’ (extraeconómicos) que determinarían la tendencia ascendente, continúa siendo tributaria de una separación demasiado formal entre economía y política, entre objetividad y subjetividad” (Daniel Bensaïd, Prefacio a Las ondas largas del capitalismo de Ernest Mandel. Los ritmos del capital).

En su defensa, Claudio Katz planteó años atrás (Ernest Mandel y la teoría de las ondas largas), que un argumento fuerte en favor de éste es que, si se mira la historia del capitalismo para atrás, no hay cómo negar que, groso modo, cada cincuenta años se repiten estos ciclos combinados de alza y descenso económico mundial y que, por lo tanto, rechazar alguna teoría de las ondas largas sería como quitarle el suelo económico objetivo sobre el cual se desarrolla la dinámica del sistema.

Que el curso económico determina en última instancia la dinámica del sistema en su conjunto o, mejor dicho, es el que pone las condiciones generales en las cuales se desarrollará el sistema como tal, de esto, evidentemente, no puede caber dudas. Aunque ningún desarrollo es mecánico, es una verdad de Perogrullo que al sistema capitalista siempre le convendrá que económicamente le vaya bien.

Pero otra cuestión distinta es hallar una regularidad en un factor, ciclo u onda, lo mismo da, que como correctamente señalaba Trotsky, es sólo un factor derivado del proceso del capitalismo. Es decir: el proceso de la acumulación capitalista, su reproducción ampliada, y la “regularidad” con que esto ocurre, depende en última instancia de la evolución de la tasa de ganancia, de la dinámica misma de la acumulación capitalista.

Ocurre, sin embargo, que no hay manera de evaluar esto sólo por razones económicas. La evolución de la tasa de ganancia y por lo tanto, la acumulación y la acumulación ampliada del capitalismo en su conjunto, depende, precisamente, de aquellos factores señalados por Trotsky que hacen a las condiciones externas de la evolución capitalista, de las que si se extrae la lucha de clases (¡irregular por definición!), sólo quedará un tosco economicismo que, lejos de ser científico, podría dar lugar, como hemos dicho, a anticipaciones esotéricas del tipo de los signos del zodíaco[5]

La marcha del capitalismo, incluso la dinámica actual de larga depresión abierta en el 2008, no puede analizarse a partir de regularidades sólo económicas; en última instancia sólo la lucha de clases será la que diga la verdad. De ahí que el análisis de la dinámica económica del sistema sólo pueda trazarse, como señalara Trotsky, como curva del desarrollo capitalista y no como “onda larga” del mismo.

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Notas

[1] Insistamos de todas maneras que incluso en esta regularidad “endógena” del ciclo normal, es inevitable que actúen las condiciones más generales de la lucha de clases variando, de alguna manera, las cosas en uno u otro sentido.

[2] Su otra obra económica ambiciosa, el Tratado de Economía Marxista (comienzos de los años 60), siempre nos pareció demasiado mecánica, muy estilo “manual”, además que su evaluación de los Estado burocráticos, a nuestro modo de ver, configuraba unamistificación indefendible del estalinismo.

[3] Nahuel Moreno le realizó en su momento una crítica sumaria que no se sostiene, crítica basada en la idea que la época del imperialismo supondría un freno absoluto al desarrollo de las fuerzas productivas, cuestión que ha sido desmentida por el desarrollo histórico del último siglo, que ha mostrado un parejo desarrollo de fuerzas productivas y destructivas. Posteriormente Moreno se autocriticaría de esta postura tan sumaria que hizo las veces de la base material de su objetivismo: el sistema se derrumbaba, la revolución marcha sola, objetivamente hacia el socialismo…

[4] En nuestro estudio de Mandel, en las más diversas áreas, se observa siempre, amén de una enorme erudición y creatividad en materia de elaboración teórica, un arrastre de elementos de economicismo. En otros textos trataremos de hacer una crítica exhaustiva a esta deriva mandeliana.

[5] Katz cae un poco en esto al dar su evaluación del capitalismo hoy al que ve en un ciclo general ascendente basado en la revolución de las tecnologías de la información; quizás seamos injustos con él, pero nos parece ver en esta evaluación –que se “come” el desarrollo concreto de la crisis abierta en el 2008-una suerte de prolongación mecánica de los análisis de Mandel en sus obras económicas más ambiciosas, sobre todo El capitalismo tardío que daba cuenta, también, de una fase ascendente de base tecnológica.

Cumbre Mundial del Cambio Climático – El capitalismo neoliberal no puede hacer frente a esta amenaza apocalíptica

Se realizó en París la Cumbre Mundial del Cambio Climático. Los acontecimientos que la precedieron en esa ciudad fueron significativos. La gente que días antes salió a manifestar exigiendo medidas en serio para enfrentar el cambio climático, fue molida a palos por la policía del democrático (y “ecologista”) presidente Hollande. Es que, aprovechando los recientes ataques de ISIS, el gobierno del Partido “Socialista” hizo aprobar leyes que reprimen brutalmente cualquier protesta… como si ISIS se dedicase a hacer huelgas o manifestaciones… o a preocuparse por el clima.

Este prólogo de alguna manera refleja el acostumbrado “doble discurso” que las burguesías y sus gobiernos suelen tener en todos los asuntos. En este caso, por un lado, grandes peroratas sobre el dramático cambio del clima y sus peligros; y por el otro lado, la incapacidad de tomar medidas de fondo. Y al que proteste, palo y a la bolsa…

Una amenaza apocalíptica…

El cambio climático es un hecho cuyas consecuencias dramáticas ya comienzan a percibirse, aunque apenas estamos en los umbrales.

Las personas de edad avanzada pueden tener opiniones diferentes en cualquier materia. Pero en algo coinciden casi siempre: “en mi juventud el clima era otra cosa…” Esa “sensación”, aunque no sea “científica”, se da en todos los países, y tiene que ver con hechos mensurables (temperatura, lluvias y sequías, calidad del aire que respiramos, etc.).

Al momento de escribir este artículo, la población de Pekín sufre la ola de contaminación del aire por partículas de carbono más alta de su historia: ¡24 veces por encima del nivel máximo permitido![1] Décadas atrás, los chinos respiraban aire, no carbón. Pero eso no sucede sólo en Pekín. Aunque en menor medida, la gran mayoría de las ciudades del planeta tienen también el aire viciado.

Asimismo, en los últimos años, se han multiplicado las catástrofes que antes se llamaban “desastres naturales”… pero que habría que dejar de culpar a la Madre Naturaleza. Por ejemplo, tormentas sin precedentes, como el huracán Katrina de 2005 que arrasó New Orleans, o el Sandy que inundó parte de New York en 2012.

Al mismo tiempo, esto se expresa en otros procesos en marcha de los que se habla menos, pero que en el fondo son más catastróficos a mediano y largo plazo. Por ejemplo los hielos de Groenlandia ya se están derritiendo y lo mismo ha comenzado a suceder con la mayoría de los glaciares del planeta y en los polos.

Sólo el derretimiento de Groenlandia (sin contar el del resto de los hielos), elevaría el nivel de los mares en 0,68 mm por año. Y si Groenlandia se derritiese por completo, el nivel de los océanos subiría seis metros.[2] Otro gran problema es que estos procesos son cada vez más acelerados. Ya están desapareciendo islas. The New York Times de hoy, 2 de diciembre, informa que algunas de las Islas Marshall están amenazadas.[3] ¡Así podrían terminar Buenos Aires, Nueva York, Venecia, Shangai y demás ciudades costeras, si esto no se soluciona a tiempo!

Revolución industrial y cambios en la naturaleza

El eje de la cuestión son los gases, en primer lugar el dióxido de carbono, producido principalmente por la quema de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas, en la industria y los transportes. También este proceso malsano se refuerza por los cambios capitalistas en la agricultura, que han llevado a graves pérdidas de la biomasa.

Esto no comenzó ayer ni anteayer, sino con la Revolución Industrial iniciada a mediados del siglo XVIII en Inglaterra y Escocia. Pero, en sus primeras décadas, se redujo a una pequeña parte de Gran Bretaña. Luego, dio el salto a Europa, EEUU y Japón, y hoy se extiende también a América Latina y Asia, con China como la “fábrica del mundo”.

Desde el inicio de la Revolución Industrial, los niveles de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera han aumentado un 30% y los del metano un 140%. La concentración de CO2 en la atmósfera es hoy la mayor de los últimos 800.000 años.[4]

Estos gases causan un “efecto invernadero” en relación a la energía proveniente del Sol, tendiendo a la elevación de las temperaturas promedio. Esto fue insignificante hasta mediados del siglo XIX, ya comenzó a notarse a mediados del siglo XX y ahora, en lo que va del siglo XXI, se están batiendo records.

Los registros de temperatura desde fines del siglo XIX, indican que el promedio en la superficie de la Tierra se incrementó 0,8 grados C, en los últimos 100 años. Pero 0,6 grados C de ese calentamiento, ocurrieron en las últimas tres décadas.[5]

Asimismo, comparando las temperaturas promedio de los años del siglo XX y de los 15 primeros años del siglo XXI, se verifica que los 10 años de mayores temperaturas se han dado todos en el siglo XXI, mientras que los 10 años más fríos fueron en el siglo pasado.[6]

A largo plazo, por ejemplo, a fines del XXI, si no se toman medidas radicales que frenen o inviertan esas tendencias en aceleración, podría registrase un aumento de entre 4 ó 5 grados en las temperaturas promedio. En ese camino se producirían eventos catastróficos incalculables y seguramente irreversibles, tanto en la tierra como en los océanos. En ese cuadro, la supervivencia de la humanidad estaría en grave peligro.

El capitalismo neoliberal y sus gobiernos han sido incapaces de hacer frente a esta amenaza

En verdad, los hechos que marcan las investigaciones sobre las tendencias al calentamiento global, no dicen nada substancialmente nuevo, más allá de que las tendencias se confirman y las cosas se van agravando.

Pero el capitalismo neoliberal y sus gobiernos han sido incapaces de hacer frente a esta amenaza. Tirando cada uno por su lado, según sus intereses, no se han puesto de acuerdo hasta ahora en medidas radicales y de fondo, que comiencen a revertir esta marcha al apocalipsis.

Cada tantos años, organizan “cumbres”, como ahora la de París, que terminan en fracasos (como la de Copenhagen en el 2009) y/o en la firma de “acuerdos” inocuos, que nadie estaba realmente obligado a cumplir, como el Protocolo de Kyoto de 1997. Mientras tanto, los años pasan, el cambio climático se agrava… pero los bolsillos de las corporaciones se van inflando con las ganancias que logran destruyendo el planeta.

Es que en el capitalismo neoliberal que hoy reina en todo el mundo, hay dos factores que han hecho imposible hasta ahora tomar medidas serias contra el cambio climático.

El primero, es que contaminar da ganancias, ¡grandes ganancias! Lo que vaya a suceder con la humanidad en un futuro más o menos lejano, no le interesa a ninguna corporación. Lo que decide todo en el capitalismo

son las ganancias o las pérdidas. Desde la VolksWagen que falsifica los datos de contaminación de sus automóviles, hasta las petroleras que ahora se dedican al fracking (destruyendo no sólo la atmósfera sino además el subsuelo), confirman que la ley de hierro del capitalismo sigue siendo la ganancia, aunque así envenenen el planeta y sus habitantes humanos o de otras especies.

Pero el segundo factor no es menos importante. No existe un poder mundial que organice y controle la producción y los transportes –hoy también son mundiales– para que no sean contaminantes, y que obligue a cumplir esas normas a todos. Incluso los acuerdos que se firman en las “cumbres” y conferencias internacionales –como el Protocolo de Kyoto de 1997– nadie está obligado a acatarlo. Y eso es lo que hizo EEUU, que junto con China está entre los mayores envenenadores del planeta.

El debate en esta Cumbre recién comienza. Hay unos diez días de negociaciones por delante. Pero ya se presentan las primeras dificultades. Obama, por ejemplo, ha manifestado que tampoco esta vez EEUU va a comprometerse a nada. Ahora, su justificativo es que los republicanos dominan ambas cámaras del Congreso, y en su mayoría sostienen que el cambio climático es “un mito”. Por eso, el Congreso de EEUU no ratificará ningún tratado.

El borrador de acuerdo que está en debate, tiene otros problemas no menores. Se proponen diversas medidas para lograr que la temperatura no aumente más de 2 grados C en el siglo XXI. Otros, incluso, hablan de algo más. Pero ese objetivo y las medidas son criticados por insuficientes. Es que con sólo el aumento de 1 grado C desde 1850, ya hay cambios acelerados y graves, como el deshielo de los polos y glaciares, sequías, inundaciones y otras calamidades. ¿Quién garantiza que con 2 grados C será mejor?

Sin embargo, el problema de los problemas no es de “detalles”. Si, a diferencia de otras cumbres, aquí se acuerdan medidas efectivas, ¿quién las va a imponer mundialmente? Obama ahora da discursos “ecologistas”… después de haber generalizado el fracking en su país… Pero simultáneamente advierte que EEUU no se va a obligar a nada.

China, con Xi Jinping, se ha vuelto “ecologista”… pero hasta ahora sólo en los discursos. Es el primer contaminador del planeta, superando a EEUU que va segundo en la competencia del ecocidio… El abandono del carbón y el giro a las energías limpias que debería hacer China, no es gratuito ni barato. Por eso plantea el problema de su financiación… Otros grandes contaminadores, como la India, también ponen peros y más peros…

Así, la cuestión de cómo se financiaría una reconversión mundial en serio, es un punto vital y nada fácil de resolver… Y no hablemos de las medidas a nivel político que eso también exigiría.

Es muy difícil, por no decir imposible, que el capitalismo –más aún en su fase neoliberal– pueda resolver este problema que amenaza ser, a la larga, de vida o muerte para la humanidad.

La alternativa del socialismo en sus dos aspectos –es decir, de un sistema económico mundial que no tenga como objetivo la ganancia sino producir para las necesidades de los seres humanos, y de un sistema político mundial que administre el planeta– se presenta como la única garantía de evitar un apocalipsis.

Notas

1.- “Contaminación del aire en Pekín marca nuevo récord”, AFP, 01/12/2015.

2– Miguel Ángel Criado, “El hielo de Groenlandia se desvanece, El País, 15/12/2015.

3– “As world leader discuss climate change, Pacific islanders watch their nation vanishing into the sea, New York Times, December 2, 2015

4.- Matt McGrath, “What is the ‘greenhouse effect’?”, BBC, November 29, 2015.

5.- “Global land-ocean temperature index”, Nasa GISS (cit. BBC, What is climate change?, October 22, 2015).

6.- “How years compare with the 20th Century average”, BBC, November 29, 2015.