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Terrorismo, Estado Islámico y marxismo

Nuevos métodos y viejos debates

Los brutales y bárbaros ataques del Estado Islámico (EI), de los cuales los cometidos en París son sólo una muestra, han generado la condena y el repudio prácticamente universales. Salvo acaso en el nazismo, la tortura medieval y los peores crímenes del imperialismo, cuesta encontrar antecedentes para el desprecio por la vida de simples civiles y el regodeo en la crueldad, característicos de esta organización. Pero conviene detenerse un minuto a llenar de contenido la palabra que debe ser hoy la más pronunciada en los medios de comunicación de todo el orbe: terrorismo. Desde el marxismo y la tradición socialista revolucionaria, la cuestión del terror, los métodos terroristas y el terrorismo como práctica política siempre han sido objeto de una elaboración específica, que aborda el tema con una seriedad totalmente ausente en los habituales comunicadores ignorantes de los medios de desinformación. Empezar a recordar y reproponer esa elaboración a la luz de los nuevos desarrollos históricos es el objeto de estas notas.

El “terrorismo clásico” de anarquistas y populistas

Desde el surgimiento mismo del movimiento obrero (y del marxismo como corriente en su seno), a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se planteó el debate de si era lícito o no recurrir a los métodos terroristas, propiciados por al menos algunas vertientes del anarquismo y, ya en el tercer cuarto del siglo XIX, por los populistas rusos.

Aclaremos de qué se trataba: estas corrientes buscaban llevar a cabo asesinatos políticos, por lo general de figuras públicas importantes como ministros, jefes de policía o incluso jefes de Estado (los populistas rusos tenían como blanco al propio zar), lo que luego se llamó magnicidio. Desde ya, en la mayoría de los casos se trataba de personajes odiados por las masas, de opresores, represores o enemigos del pueblo; con esto contaban los terroristas para ganar la simpatía de amplios sectores y, según los casos, “sumarlos a la lucha” o “contribuir al despertar de los oprimidos”.

Son argumentos típicos que luego serían revisitados por muchas de las corrientes guerrilleras de todo el mundo en los años 60 y 70 del siglo XX. Así, por ejemplo, en América Latina, Tupamaros, el ERP, Montoneros, el M-19 y muchas otras organizaciones secuestraban o asesinaban empresarios, jerarcas militares o altos funcionarios; lo propio hacían (con mayor o menor grado de desprecio por las víctimas civiles) la ETA vasca, el IRA irlandés, la RAF alemana o las Brigadas Rojas italianas, entre muchas otras. Pese a que muchas de esas organizaciones se consideraban o autodenominaban marxistas, la realidad es que el marxismo siempre ha condenado el terrorismo individual o de grupos autoerigidos en “representantes del sentir de las masas”.

Conviene tener presente que cuando en los textos clásicos del marxismo se habla del terrorismo “individual”, la referencia no es ni única ni principalmente a actos cometidos por individuos aislados, sino sobre todo a la acción de grupos separados del movimiento de masas, por lo común de carácter secreto y conspirativo, que actúan de manera independiente y más de allá de todo debate y control en cualquier organismo de masas, llámese sindicato, soviet o lo que fuere.

La esencia del “terrorismo individual” al que combate la postura marxista no es que esté a cargo de individuos, sino que se trata del accionar de grupos a espaldas de las masas y sin rendir cuentas ante ninguna organización colectiva amplia de los trabajadores o de los sectores oprimidos en cuestión (sean capas sociales o etnias, grupos nacionales o religiosos, etc.).

Las razones del rechazo del marxismo a las tácticas terroristas no son simplemente “humanitarias” (aunque esa consideración tiene su importancia), sino políticas.[1]

En primer lugar –y esto es lo fundamental–, el terrorismo representa, como vía de “solución” a los grandes problemas sociales, un callejón sin salida, porque debilita la fuerza y la voluntad de las masas para entrar en acción de manera independiente contra los opresores.

Así lo resumía León Trotsky en un texto escrito hace más de un siglo que conserva total vigencia, donde distingue entre el “terrorismo” que, según la clase dominante, ejerce la clase obrera, y el terrorismo “en sentido estricto” que llevan a cabo corrientes como los anarquistas y los populistas rusos. Citamos in extenso:

Hacer terrorismo mediante una amenaza de huelga, o llevar a cabo una huelga, es algo que sólo pueden hacer los trabajadores de la industria. (…) Sólo los trabajadores pueden llevar a cabo una huelga. Los artesanos arruinados por la fábrica, los campesinos cuyas aguas han sido contaminadas por la fábrica, o el lumpen-proletariado ávido de saqueo, pueden romper las máquinas, prender fuego a la fábrica o asesinar a su propietario. Sólo la clase obrera, consciente y organizada, puede enviar en representación una muchedumbre al parlamento para defender los intereses de los proletarios. Por el contrario, para asesinar a un personaje oficial en la calle no es preciso tener tras sí masas organizadas. La fórmula para fabricar explosivos está al alcance de todo el mundo y uno puede hacerse con un Browning en cualquier parte. En el primer caso se trata de una lucha social cuyos métodos y medios derivan necesariamente de la naturaleza del orden social existente, en el segundo de una reacción puramente mecánica, idéntica en todas partes –tanto en China como en Francia–, muy impactante en sus formas externas (muerte, explosiones, etc.) pero absolutamente inofensiva en lo que respecta al sistema social.

(…) Que un atentado terrorista, incluso ‘afortunado’, provoque confusión entre la clase dirigente, depende de circunstancias políticas concretas. De todas formas, esta confusión siempre dura poco (…). Pero el desorden que un atentado terrorista provoca entre las masas obreras es más profundo. Si basta armarse con un revólver para lograr el objetivo, ¿para qué los efectos de la lucha de clases? Si un dedal de pólvora y un poco de plomo bastan para atravesarle el cuello al enemigo y matarlo, ¿para qué hace falta una organización de clase? Si tiene sentido aterrorizar a los más altos personajes mediante el estampido de las bombas, ¿es necesario un partido?

(…) A nuestro entender, el terror individual es inadmisible precisamente porque devalúa el papel de las masas en su propia consciencia, las hace resignarse a su impotencia y volver la mirada hacia un héroe vengador y liberador que esperan llegará un día y cumplirá su misión. (…) Cuanto más ‘eficaces’ son los actos terroristas y mayor es su impacto, más limitan el interés de las masas por su autoorganización y autoeducación.

Pero la confusión se evapora como el humo, el pánico desaparece, un nuevo ministro ocupa el puesto del asesinado, la vida vuelve a su rutina y la rueda de la explotación capitalista sigue girando como antes; sólo la represión policial se hace más salvaje, segura de sí misma, impúdica. Y, en consecuencia, la desilusión y la apatía reemplazan las esperanzas y la excitación que artificialmente se habían despertado” (L. Trotsky “Por qué los marxistas se oponen al terrorismo individual”, 1911, subrayados nuestros).

Este último punto es importante, y hace al segundo argumento central del marxismo contra el terrorismo: no sólo no ofrece ninguna perspectiva de derribo del sistema, sino que sus efectos prácticos inmediatos son los de legitimar una mayor represión contra el movimiento de masas real y socavar su capacidad de lucha. Algo que quedó de manifiesto con la conformación de un gran frente imperialista para intervenir militarmente en Siria e Iraq, así como la propuesta de Hollande de modificar la Constitución francesa, nada menos, para favorecer medidas represivas en el orden interno. A esto se debe sumar el rebrote aumentado de racismo e islamofobia en Francia y toda Europa. Como dice el periodista Marcelo Falak, “la libertad es, acaso, la víctima aún no contabilizada de las matanzas de París”.

Volviendo a lo anterior, uno de los aspectos centrales del, por así llamarlo, “terrorismo clásico”, es que buscaba “escarmentar” al orden social por la vía de “ajusticiar” a algún alto personaje del sistema. Pero es evidente que de ese rasgo, cuyo peso se fue difuminando de a poco en el accionar de las organizaciones guerrilleras y terroristas como las citadas del siglo XX, no queda casi nada en la práctica terrorista de grupos como Al Qaeda y, sobre todo, el EI.

El terrorismo islamista

Como se desarrolla en otro lugar de este dossier, los movimientos islamistas, incluidos los grupos terroristas como Al Qaeda y EI, surgieron, en primer lugar, sobre el terreno del desastre humano, político y social perpetrado por las potencias imperialistas (EE.UU. y sus aliados) en Medio Oriente.[2] Inclusive podría decirse que el origen del EI se hace más “comprensible” que el de Al Qaeda, cuyo líder Osama bin Laden había dirigido por cuenta y orden de la CIA la resistencia a la ocupación soviética de Afganistán como “combatiente de la libertad”. Asimismo, Osama venía de una de las familias más ricas e influyentes de Arabia Saudita, con fuertes vínculos con la familia del ex presidente George Bush. En cambio, el surgimiento del EI se da sobre el terreno, casi inmediato, del verdadero genocidio que llevaron a cabo los yanquis y luego los gobiernos títeres de EE.UU (y de Irán) en Iraq luego de derrocado Saddam Hussein. Claro que desde su nacimiento el EI se transformó en un aparato totalmente separado de las sufridas masas iraquíes, a lo que se agrega su concepción religiosa completamente retrógrada, cuasi medieval, y métodos bárbaros a los que agregan tecnología (en armas y en estrategias comunicacionales) del siglo XXI.

Es decir: las circunstancias explican su emergencia; pero otra cosa muy distinta es justificar su existencia como organización, su programa, sus objetivos y sus métodos, cuestiones todas que rechazamos de plano. EI no es una organización progresiva, no expresa ninguna aspiración que venga desde abajo a la autodeterminación de pueblo alguno, lo que también lo diferencia de algunos de los “terrorismos clásicos”, que con métodos equivocados, anti-obreros, sin embargo expresaban causas justas.

Al mismo tiempo, conviene detenerse en un aspecto de su accionar. A diferencia del “terrorismo clásico”, estas corrientes no ponen como blanco de sus operaciones militares a ningún figurón o funcionario imperialista. Al Qaeda, por ejemplo, buscó un impacto simbólico golpeando sobre edificios emblemáticos como el Pentágono y las Torres Gemelas de Nueva York, sin importarle, de todas maneras, que en el segundo caso la gran mayoría de los cerca de 3.000 muertos fueran simples trabajadores (muchos de limpieza, trabajando en horas de la mañana para poner el edificio en condiciones).

Ahora bien, el caso de los ataques del EI en París es diferente, porque hasta ese carácter “simbólico” ha desaparecido de la escena: una sala de conciertos de rock, una cafetería o las afueras de un estadio no son exactamente emblemas del imperialismo francés. A primera vista, parecería que el objetivo “militar” era simplemente matar la mayor cantidad de civiles posible en acciones sincronizadas. El único rasgo que puede tener algo de simbolismo es, precisamente, haber atacado París, que si es la capital de un Estado imperialista, es, al mismo tiempo, una ciudad que tiene un carácter universal, una conquista de la humanidad como ciudad.

Así, parecería que las acciones terroristas del EI buscan blancos cada vez más abstractos, indiscriminados y, por lo tanto, más bárbaros: si el terrorismo de los siglos XIX y XX se concentraba en personas odiadas por su función y actividad, Al Qaeda apuntó a edificios simbólicos y el EI, directamente, no pareció mostrar otro objetivo que demostrar que podía cometer atentados en París. No se atacaron políticos u otro tipo de figuras públicas que de algún modo estuvieran comprometidas en la acción imperialista en Medio Oriente, como tampoco lugares que la representen o simbolicen. Los atentados buscaron matar franceses comunes. Y es esta voluntad de daño indiscriminado la que genera el justo repudio, horror e indignación.

En ese sentido, nuestra manera de ver las atrocidades del EI es opuesta a cómo juzgamos la perfectamente legítima resistencia del movimiento de masas árabe a la opresión imperialista y del Estado de Israel. A tal punto las circunstancias y los métodos son distintos que los mismísimos Hezbollah y Hamas (que en otras oportunidades también han recurrido al terrorismo como táctica, que rechazamos) dejaron claro que repudiaban los atentados del EI en París.

Sucede que, aunque no coincidimos para nada con la política, ideología y métodos de Hamas y Hezbollah, estos no son, a diferencia del EI, grupos “terroristas”, como livianamente los califican EE.UU. y la mayoría de los medios, sino organizaciones que son legítimamente representativas del movimiento de masas árabe en general y palestino en particular. Y, aunque sus conducciones sean a nuestro juicio nefastas para los objetivos de la verdadera liberación de Palestina, están en cierto modo obligadas, a su manera, a rendir cuentas de su accionar ante el movimiento de masas del que son parte.

Cosa que no sucede con el EI, que, más allá de su origen, es hoy un aparato separado y ajeno al movimiento de masas, que es lo que distingue a todas las organizaciones verdaderamente terroristas. Por eso puede cometer cualquier barbaridad y llevar adelante acciones no sólo terroristas sino de puro corte medieval ultrarreaccionario, sin tener que responder a ningún cuestionamiento por ninguna vía. Al contrario: no hay crítica ni matiz posible en el seno del EI, so pena de ejecución inmediata con los métodos más horrendos.

De modo que este es el mensaje que, desde el marxismo y el socialismo revolucionario, queremos dejar claro: las masacres, la opresión, la intervención militar y el racismo imperialistas han generado un resentimiento muy profundo en todo Medio Oriente. Pero la respuesta del terrorismo brutal y retrógrado de EI es injustificable: es la peor reacción posible desde el punto de vista de los intereses de las masas árabes y los pueblos oprimidos (kurdos, palestinos y muchas otras minorías étnicas y religiosas), cuyas consecuencias, como se está viendo en estos momentos, se ha vuelto sobre ellos mismos bajo la forma de la legitimación de la acción represiva de Hollande en Francia sobre la población inmigrante y los trabajadores en general, y de sus bárbaros bombardeos en Siria. Sólo su propia organización independiente, sólo su lucha de masas –de la que el mundo árabe y el pueblo palestino han dado múltiples muestras heroicas– puede derrotar al enemigo imperialista y sus aliados, y abrir el camino de decidir su propio destino.

Marcelo Yunes

Notas

(1) Hacemos esta aclaración porque, como decía Trotsky, “digan lo que digan los eunucos y fariseos de la moral, el sentimiento de venganza es perfectamente legítimo (…). La tarea de la socialdemocracia [el marxismo. MY] no estriba en calmar el deseo de venganza insatisfecho del proletariado sino en intensificarlo más y más, profundizarlo y dirigirlo contra las causas reales de toda injusticia y bajeza humanas. Si nos oponemos a los atentados terroristas es sólo porque la venganza individual no nos satisface. La cuenta que tenemos que saldar con el sistema capitalista es demasiado elevada como para presentársela a cualquier funcionario llamado ministro. Aprender a ver todos los crímenes contra la humanidad, todas las indignidades (…), como las excrecencias y expresiones deformadas del sistema social existente para concentrar todas nuestra energías en la lucha contra él” (“Por qué los marxistas se oponen al terrorismo individual”).

(2) Al respecto, es muy atinado el título de la nota citada de M. Falak: “Occidente reprime en casa los demonios que soltó en Medio Oriente” (Ámbito Financiero, 16-11-15). Sólo cabe aclarar que donde dice “Occidente” debe entenderse “las potencias imperialistas occidentales”.

Surgimiento y expansión del Estado Islámico

De Irak a Siria… ¿y también a Europa?

No bajó del cielo ni lo creó Alah. Otros dirán que sale de la cocina del Infierno, pero tampoco le echemos la culpa al pobre Diablo. ¡Es un producto cien por ciento terrenal, en el que además “Occidente” –es decir, las potencias imperialistas– tiene responsabilidad principal en su cocción!

Aquí explicaremos –demasiado brevemente– la génesis y expansión del Estado Islámico (también conocido en inglés como ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) o “Daesh” (sigla de su nombre en árabe, al-Dawla al-Islāmīya).

Gestación y antecedentes

Es un proceso complejo. Sus antecedentes y actores nos remontan a las últimas dos o tres décadas décadas del siglo XX, donde se van imponiendo en esa región y en todo el mundo una combinación de procesos reaccionarios. Estos van desde las derrotas en serie del movimiento obrero en multitud de países, y también de procesos revolucionarios como los que se vivieron en nuestro Cono Sur, hasta la restauración del capitalismo en los supuestos estados “socialistas” (como la Unión Soviética, China, etc.). En ese contexto, se impuso el neoliberalismo como “modo de regulación” de la economía capitalista mundial. Por último, durante un breve período, Estados Unidos apareció como la única “superpotencia” y árbitro supremo del planeta, para finalmente debilitarse y dejar paso a una “multipolaridad” y un desmadre geopolítico que aparece cada vez más caótico.

En esos años, en Medio Oriente (y en otros estados de mayoría musulmana) se vivió la lamentable bancarrota de los nacionalismos laicos que coparon gran parte de los países después de su independencia, como Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Siria, Irak, Pakistán, etc. Egipto con el “socialista” nacionalista Nasser, Argelia con el triunfante Frente de Liberación Nacional que también se decía “socialista” y había expulsado en una guerra heroica a los colonialistas franceses, Siria e Irak gobernadas por el partido laico Ba’ath (sigla de Partido Socialista del Renacimiento Árabe), e incluso Libia con el extravagante Kadhafi, eran ejemplos políticos para todo el “Tercer Mundo”, incluyendo a América Latina. ¡No se hablaba de religión!

Pero, como diría años después un intelectual sirio, lamentándose amargamente: “Antes éramos socialistas, comunistas, nasseristas, ba’athistas… Ahora somos sunnitas. chiítas, alauitas, cristianos…” En vez de alinearse por corrientes y programas políticos, se fue retrocediendo a la barbarie de las sectas. ¿Qué había sucedido para semejante regresión?: el desastre de los nacionalismos laicos. Lejos de ser “socialistas”, eran dictaduras capitalistas con un régimen de partido único. Sus jerarquías militares y políticas constituían aparatos corruptos, dedicados a enriquecerse.

Desde Argelia a Pakistán, y desde Siria a Egipto, la catástrofe de esos regímenes laicos abrió la puerta al desarrollo de corrientes político-religiosas basadas en el Islam. Este impulso a las corrientes islamistas fue simultáneamente alentado (y financiado) por diversos estados, desde la retrógrada Arabia saudita –donde la homosexualidad o el “adulterio” (de la mujer) puede ser castigada con la muerte– hasta el “liberal” EEUU.

En particular, alentaron a las corrientes que se dicen “yihadistas”, que operan violentamente, con métodos de guerra civil.. Hoy nadie quiere recordar que el joven saudita Osama Bin Laden, fundador de al Qaeda, comenzó su carrera en los ‘80 como agente de la CIA encargado de organizar la base de datos (al-Qāidah: “la base”) de los jihadistas que reclutaba para luchar en Afganistán contra el gobierno laico sostenida por la Unión Soviética. Más tarde, Al Qaeda, bajo su dirección, impulsó atentados terroristas en diversos países, y EEUU le atribuyó la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York en septiembre de 2001.

En la nube de organizaciones jihadistas, la manipulación de los gobiernos (vía financiación, armamento o simplemente “dejar correr”), es otro factor importante a tener en cuenta, aunque no sea directamente visible. Recientemente, fue el escándalo del gobierno de Erdogan, que “deja hacer” al Estado Islámico en Turquía para que asesine kurdos y militantes de izquierda. Así fue el atentado del 10 de octubre en Ankara con 100 muertos y 400 heridos… conocido por la policía turca que no lo impidió.

Irak, la cuna del Estado Islámico

Pero el Estado Islámico constituye un fenómeno de nuevo tipo, distinto a Al Qaeda y sus filiales (como Al Nusra que es su sección siria), y también al resto de organizaciones jihadistas… con las cuales el EI ha tenido sus choques… aunque provenga de ellas.

Para entender la constitución del Estado Islámico y, sobre todo, sus fulminantes triunfos y expansión en Irak y luego en Siria desde junio de 2014, hay que ir más atrás en el tiempo. Nos referimos al largo proceso de destrucción de la sociedad iraquí que se inicia en los tiempos del régimen del Ba’ath que con la dictadura de Saddam Houssein gobernó hasta el 2003, año en que EEUU invadió Iraq.

Saddam Houssein presidió un régimen teóricamente laico (y además “socialista”), en que ni el sectarismo religioso ni las diferencias étnicas tendrían cabida. Pero la realidad era otra. A medida que entraba en decadencia, se fue deslizando cada vez más a la discriminación y enfrentamiento contra la población de etnia kurda y también contra la de confesión chiíta. Los kurdos fueron atacados con gases tóxicos que dejaron aldeas enteras sembradas de cadáveres, bajo la acusación de ser “agentes de Israel”. Y la población chiíta –el sector más pobre y mayoritario, donde tenían fuerza las organizaciones sindicales y de izquierda– sufre una campaña de odio étnico-religioso. Como chiítas, se los acusa de ser “persas” y no verdaderos árabes iraquíes.

Esto se agrava cuando Saddam Housein, en 1980, inicia una guerra contra Irán (Persia) que supone que va a ser un paseo militar. Pero la guerra duró ocho años, derrumbó la economía y costó unas 500.000 bajas.

Esta catástrofe económica y humana fue apenas el prólogo. En 1990-91 se produce la primera guerra del Golfo, al invadir Saddam Houssein el mini-estado de Kuwait, lo que da pretexto para la intervención de EEUU y sus aliados. Esto implica no sólo una nueva derrota sino también la profundización de la catástrofe económica al establecerse un bloqueo permanente del país.

Por último, en 2003, EEUU, inicia una nueva guerra y ocupa todo el país. Esta aventura le sale muy mal al imperialismo yanqui. En 2011, debe retirarse semi-derrotado. Pero deja trás de sí no sólo un país en ruinas y un millón de muertos a consecuencia directa o indirecta de la guerra y la ocupación. Planta también la semilla de lo que será el Estado Islámico.

Esto tiene varios aspectos. En primer lugar, la hecatombe social y humana de gran parte de la sociedad iraquí bajo la ocupación (los kurdos quedaron a salvo, al no ser directamente ocupados por EEUU). Parte de esto fue el derrumbe económico y sobre todo industrial. Además, la ocupación yanqui promovió el viejo truco colonialista de alentar al máximo los enfrentamientos sectarios y étnicos. Si Saddam había estimulado la ondas anti-kurdas y anti-chiítas, EEUU promovió la persecución a los sunnitas.

Una medida fundamental fue el despido en masa de los funcionarios civiles y de los oficiales y suboficiales de las fuerzas armadas, casi todos sunnitas. Esto último fue suicida. Los militares despedidos se unieron a la resistencia armada, que terminó desgastando y desmoralizando a los ocupantes y, finalmente, en 2011, los obligó a hacer las valijas. Pero los aprendices de brujo que EEUU dejó en Bagdad, terminarían su tarea de generar el Estado Islámico.

Efectivamente, el gobierno de Bagdad post-ocupación llevó al máximo el sectarismo anti-sunnita, comenzando por excluir a sus representantes políticos. Encerrados en guetos, la población sunnita de la capital, fue víctima de toda clase de discriminaciones, atropellos y asesinatos. Pero la situación fue aún peor en las grandes ciudades de las regiones sunnitas, como Mosul y Faluya. Las tropas del nuevo “ejército” de Bagdad eran pandillas dedicadas al saqueo y las violaciones. Y, al ser atacadas el año pasado por el Estado Islámico, huyeron o se rindieron.

Después de ese desbande, en Bagdad no sólo hubo que organizar un nuevo gobierno sino también, de hecho, unas nuevas fuerzas armadas…

La fusión de la que nace el Estado Islámico

El Estado Islámico nace como una fusión original entre grupos jihadistas takfiristas (varios prevenientes de Al Qaeda) y un amplio sector de la oficialidad del ejército de Saddam Houssein.

Como takfiristas, consideran “hipócritas” o “falsos creyentes” al resto de los musulmanes que no comparten sus opiniones, y que por lo tanto merecen ser castigados con la muerte. Pero lo principal que los diferencia es que se constituyen expresamente no como un movimiento sino como un “Estado”. Es decir, como el poder –absoluto– en las regiones que dominan.

Así, lo primero que hicieron al derrotar el año pasado a las tropas de Bagdad fue proclamar un Estado Islámico, el Califato, hoy encabezado por Abu Bakr al-Baghdadi, como califa, y por dos generales del régimen de Saddam Hussein, Abu Muslim al Turkmani y Abu Ali al-Anbari. Desde esa cúspide, organizan verticalmente la administración de las ciudades y regiones que dominan.

Además, expresamente, repudian las fronteras establecidas entre los actuales estados, en primer lugar, las fronteras entre Siria e Irak, que efectivamente fueron trazadas en la Primera Guerra Mundial por los imperialismos británico y francés.

Efectivamente, el EI ha organizado, tanto en el territorio que domina en Irak como en el de Siria, elementos de una estructura estatal. Para eso se apoya en sectores de las poblaciones ocupadas, aunque sin conceder, por supuesto, el menor margen de autonomía ni mucho menos de elección desde abajo. El poder del EI y su organización “estatal” se construyen gracias a la “tierra arrasada”, a la atomización social que dejaron, primero, las guerras de Saddam Houssein, luego la criminal ocupación de EEUU y, finalmente, el régimen corrupto y sectario de Bagdad.

Como sea, esta concepción del EI como “estado” –en contradicción con Al Qaeda y el resto de los jihadistas– lo ha orientado desde el primer momento a asumir el conjunto de las funciones estatales y no sólo las acciones puramente “militares” (como el resto de los movimientos islamistas). Esto va desde el establecimiento de organismos administrativos, judiciales y asistenciales (comida, agua, electricidad, etc.), hasta industriales y financieros. El año pasado, el EI administraba 50 campos petroleros en Siria y 20 en Irak, que la daban unos 3 millones de dólares diarios. Además cobraba impuestos, principalmente al comercio, por unos 60 millones de dólares al mes, recolectaba fondos de simpatizantes de los países del Golfo, organizaba la “exportación” de tesoros arqueológicos saqueados, etc.

¿Qué apoyo por abajo tiene este “estado”? Inicialmente, en Mosul, Faluya y otras ciudades, el EI habría sido recibido favorablemente o por lo menos como un “mal menor” ante las brutalidades de Bagdad. Pero hoy es difícil medir opiniones bajo su régimen de terror.

Siria, la extensión del EI

En Siria el Estado Islámico se asienta en bases similares a las de Irak: la destrucción por la guerra del tejido productivo y social, las fuentes de trabajo, las viviendas, los servicios de agua potables, de electricidad, las escuelas y hospitales, y que además en Siria llevó al exilio a gran parte de la población.

La inicial rebelión de masas contra la dictadura de Al Assad –una rebelión democrática y explícitamente no sectaria– fue llevada al terreno militar. Allí dejaron de primar las masas. En la mayor parte de Siria, pasaron al frente, por un lado, el ejército de Al Assad y, por el otro, las milicias sectarias financiadas desde Arabia saudita y otros países del Golfo, y compuestas en buena medida por jihadistas extranjeros. El laico “Ejército Sirio Libre” quedó extremadamente debilitado.

La resistencia de los kurdos sirios ha sido una alternativa distinta (y la única que resultó efectiva contra el Estado Islámico), pero se asienta en una pequeña franja del país… aunque de gran importancia estratégica.

En las regiones sirias que domina, el EI, al igual que en Irak, aparece desde arriba como un “Protector” que establece un régimen brutal, donde castigos como los azotes, crucifixiones y degüellos son comunes… pero que al mismo tiempo organiza un “asistencialismo” de los más pobres. Hay palo, pero también zanahorias. Se masacra, pero al mismo tiempo se reparten víveres, combustible, agua potable…

El EI actúa como un poder implacable por encima de una población atomizada socialmente, en la extrema miseria y desesperada. Al mismo tiempo, la alimenta. El gran interrogante, es si el EI va logrando una adhesión orgánica de sus “súbditos”… o si “planea” sobre ellos como un aparato ajeno. Lo segundo parece lo más probable, sobre todo en Siria. Pero el test se verificará cuando estén en disputa las ciudades importantes que aún controla.

Europa, fuente de reclutamiento

Esto nos lleva a los recientes acontecimientos en Francia. El hecho es que una parte difícil de medir exactamente pero sin duda importante de los combatientes del Estado Islámico, son jóvenes europeos. Han nacido en familias que llevan varias generaciones viviendo en Europa. Además, de los combatientes específicamente franceses del EI, se informa que alrededor de un 20% no son originariamente musulmanes. Son conversos al Islam.

Las acciones terroristas han facilitado que la derecha europea y francesa redoble sus campañas racistas y anti-inmigrantes.

Lo que está sucediendo no nos habla de la maldad de los árabes y/o musulmanes –principales víctimas de todo esto– sino de la barbarie capitalista que va en ascenso, en Europa, en Medio Oriente y en el resto del planeta. El capitalismo neoliberal ha sembrado Francia y Europa de guetos cada vez más miserables. Allí árabes o africanos, musulmanes o cristianos o sin religión, viven en condiciones cada vez más degradantes. Uno de los “subproductos” de este sistema, es que organizaciones como el EI puedan ganar algunos jóvenes en esos medios.

Hoy, la división de los trabajadores por razas o credos es un mecanismo fundamental de este sistema de dominio y explotación. El gobierno francés y los partidos patronales quieren sacar réditos de lo sucedido. Los trabajadores y la juventud deben cerrar filas contra este operativoen marcha.

Por Elías Saadi