A partir del jueves 22 de Mayo y hasta el domingo 25, 360 millones de personas de 28 países estaban llamados a votar en las elecciones al Parlamento Europeo. La importancia de estas elecciones reside en dos cuestiones. En primer lugar, por su dimensión, las mismas permiten hacerse una imagen (aunque distorsionada bajo el prisma electoral), de las relaciones de fuerza políticas a la escala del conjunto de la Unión Europea. Es por esto que las elecciones pueden tener un impacto no menor en la política llevada adelante por la UE de ahora en más: sin duda las elecciones están cruzadas por las cuestiones nacionales, pero se trata también de una “prueba” para la política de austeridad impulsada por la UE desde el inicio de la crisis.
En segundo lugar, como venimos de señalar, las elecciones también son un termómetro que permite medir la situación política en cada país. Claro que al tratarse de elecciones europeas, el lugar que la política frente a la UE ocupa en el discurso global de los partidos es mayor, y que esté en discusión de manera más directa el “proyecto europeo” de cada organización. Pero eso no quita que también se procesen alrededor de las mismas las diversas situaciones políticas nacionales: en este sentido, las europeas funcionan como una suerte de elección de término medio para los diferentes gobiernos, que refleja la aprobación o no de las políticas que llevan adelante.
Estas elecciones se dan sobre el trasfondo de una crisis que sigue sin resolverse: los planes de austeridad, los cierres de empresas y los recortes en servicios sociales siguen su curso en toda Europa. Los signos de recuperación son demasiado débiles como para revertir el deterioro económico de los últimos seis años, y la política de austeridad de la UE ha significado un ataque en toda la línea contra las condiciones de vida de las masas trabajadoras de todo el continente.
Además, la carrera previa a las mismas estuvo marcada por el ascenso de las formaciones populistas y de extrema derecha, anti-UE, que obtenían porcentajes importantes en los sondeos de opinión, y lograron ocupar una porción importante de la atención mediática y del debate público. Esto se vio reforzado por ciertas victorias electorales previas, como el ascenso del Front National durante las municipales francesas, o las votaciones obtenidas por Amanecer Dorado en Grecia durante la primera ronda de las municipales el 18 de Mayo (incluyendo el 15% en Atenas). Estas elecciones confirmaron el ascenso de este tipo de formaciones, aunque con ciertas desigualdades.
Pero además, han sido el escenario de irrupciones de importancia de la “izquierda radical”, lo cual aparece como un contrapeso a este avance de la extrema derecha. Esta irrupción es el reflejo de años de lucha contra los planes de austeridad, y expresa un claro rechazo a la política económica llevada adelante por la UE.
La crisis sigue su curso
Comenzaremos el análisis por lo más estructural, es decir, la situación económica y por lo tanto las condiciones materiales en las que se desarrolla la elección. La misma está marcada por el hecho de que, luego de 6 años de austeridad como única receta a la crisis, ésta sigue su curso y amenaza con profundizarse en ciertos países (como Francia). Es significativo que las últimas elecciones europeas se realizaron en 2009, solamente un año después de comenzada la crisis y cuando recién comenzaban a ponerse en práctica las medidas económicas. Las elecciones actuales se realizan luego de un largo camino recorrido.
La situación económica, como dijimos, está lejos de ser favorable. Los datos anunciados por Eurostat (agencia de estadísticas de la Comisión Europea) marcan que el PBI de la zona euro creció en el primer trimestre de 2014 tan solo un 0,2%; Francia crece 0% e Italia decrece en un 0,1%, tan sólo Alemania (que hizo la “tarea” neoliberal hace ya una década) crece un 0,8%. A eso se suma los riesgos de deflación, con un porcentaje de inflación que se encuentra ya en caída y algunos países que registran baja de precios (España, Portugal y Grecia, por ejemplo).
Este escenario global se refleja a su vez en las diferentes economías. España es el tercer país europeo con la peor tasa de empleo (solo 58,2% de la población económicamente activa tiene trabajo), y los despidos siguen adelante en el país: los casos más emblemáticos son los de Coca Cola y de Panrico, donde los trabajadores ya llevan varios meses de huelga, y acaban de rechazar una pérfida oferta de la patronal que preveía una reducción del número de despedidos a cambio de que toda la Comisión Interna quedase afuera y que la patronal pudiera elegir a dedo el resto de los despedidos –para así deshacerse de los activistas de la huelga-. Los ataques también se vienen realizando a nivel de las prestaciones sociales, como el intento de privatizar la sanidad en Madrid, que se impidió gracias a la histórica lucha de los trabajadores de la salud.
En el mismo sentido, Grecia sigue adelante con una política de austeridad que ha significado una catástrofe para la clase trabajadora y el pueblo. La tasa de desempleo alcanza el 27,3%, y para los menores de 25 años llega al 58,3%. El gobierno redujo en un 40% los empleados de las universidades públicas, cerró centros de maternidad y dispensarios de vacunas, generando importantes riesgos sanitarios.
Pero el caso más emblemático de las dificultades de la euro-zona para salir de la recesión es la situación en Francia. Allí, los cierres de empresas se multiplican desde hace un año: Peugeot, ArcelorMittal y otras de menor talla han dejado en la calle a miles de trabajadores. Además, el gobierno viene de anunciar un paquete de rescate a las empresas, y recortes en el estado por 50 mil millones de euros. Esto significará profundizar la asfixia financiera de las universidades, el cierre de Centros de Interrupción Voluntaria del Embarazo, y demás políticas anti-sociales que el gobierno venía llevando adelante.
El caso de Francia es de una importancia enorme, ya que se trata de la segunda economía de la eurozona, que además juega un rol político de primer orden en la UE, además de sus intervenciones neo-coloniales en África y Oriente Medio. La tasa de desempleo sigue aumentando de manera constante (lejos quedaron las promesas de Hollande de revertir esa tendencia a fines de 2013), y tiene un crecimiento de 0% para el primer trimestre de 2014. Peor aún, el gobierno se verá obligado a llevar adelante, en el futuro, ataques aún más profundos contra los derechos laborales y de jubilación, ya que las reformas del régimen de jubilaciones en 2010 y la del código de trabajo en 2013 han demostrado no ser suficientes.
Como vemos, el cuadro general es el de un estancamiento económico, con el agravante de que el mismo se da luego de años de destrucción de empleo y de deterioro de las condiciones de vida. Luego de años de austeridad, la economía de la euro-zona es incapaz de ponerse de pie, y esa situación viene llevando a un recrudecimiento de la lucha de clases. Pero también es el caldo de cultivo para el ascenso de las formaciones de extrema-derecha.
Los resultados de la elección
Los resultados globales de la elección le dan la victoria al Partido Popular Europeo, que ya maneja las instituciones europeas desde hace 15 años. Así, el PPE se alzó con el 28% de los votos, frente al 25% del Partido Socialista Europeo. A pesar de esta victoria, el PPE cayó 8 puntos respecto de las elecciones de 2009, y como entonces se verá forzado a realizar alianzas con otros bloques para poder gobernar.
Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol: son los dos partidos clásicos los que dominan las instituciones europeas. Por otra parte, una victoria de los “socialistas” probablemente no hubiera tenido mayor impacto sobre las políticas llevadas adelante por la UE: más allá de los cacareos, todos los gobiernos socialistas se aprestan a aplicar la austeridad en sus propios países, como ejemplifica Hollande en Francia. Ya hace tiempo que los “socialdemócratas” se han vuelto social-liberales, y en ese sentido, más allá de las diferencias, tanto el PPE como el PSE defiende la UE actual, y su política económica frente a la crisis.
Lo más importante de la elección es, sin embargo, la aparición de partidos que, por izquierda y por derecha, cuestionan a la UE actual y a su política económica. En términos globales, no ha habido “derrumbe” de ninguno de los dos bloques centrales: el PSE se mantiene estable entre 2009 y 2014, y el PPE baja 8 puntos, pero ambos logran aún concentrar el 53% de los votos. En ese sentido, la propia estabilidad de la UE no se encuentra cuestionada, y su gobernabilidad, desde el punto de vista institucional, no es mucho más critica que la de hace 5 años.
Pero esta visión global no puede ocultar el hecho de que en algunos de los países más importantes, el proyecto de la UE actual se encuentra gravemente cuestionado. La victoria del FN en Francia y del UKIP en el Reino Unido (respectivamente segunda y tercera economía de la UE), que cuestionan abiertamente el proyecto europeo, ha constituido un verdadero sismo político. No es para menos: además del aspecto económico, Francia es uno de los “artífices” de la UE, y el Reino Unido, mas allá de sus relaciones ambiguas y de intentar mantener un pie adentro y otro afuera (mantiene su moneda, la libra; no forma parte del espacio Schengen), es un actor central en la región.
Por la izquierda, la UE se ha visto cuestionada por la victoria de Syriza en Grecia. Es cierto que se trata de un partido europeísta, que ha juramentado una y mil veces lealtad a la UE y al euro. Pero eso no quita que su votación refleje centralmente el rechazo de los planes de austeridad impuestos por la Troika. Además, es el propio establishment europeo el que se ocupó de denunciar que una victoria de Syriza significaría la ruptura del euro, la salida de Grecia de la UE y un cataclismo mundial sin precedentes. Que ahora esa formación se haya alzado con la victoria en el país que ha estado en el centro del debate sobre política económica europea en los últimos años (y por la heroica resistencia del pueblo griego) es un dato no menor.
Por esto, mas allá de los fríos números, que podrían aparentar “más de lo mismo” en términos de política europea, el cuestionamiento a la UE y su política es uno de los datos centrales de la elección. No podía ser de otra manera luego de 5 años de políticas de austeridad que no han resuelto en lo más mínimo la crisis económica, sino que han sumido más aún en la miseria a la clase trabajadora. Ahora bien, no se puede perder de vista que las críticas a la UE que se procesaron en esta elección son de signo opuesto, y que el discurso antieuropeo de partidos como el FN o el UKIP no tienen nada que ver con los intereses de la clase trabajadora.
El ascenso de la extrema-derecha
En este contexto, uno de los datos principales de la elección ha sido el ascenso de la extrema-derecha. Ésta ha alcanzado el 25% en Francia con el Front National, el 27% en Inglaterra con el UKIP, el 23% en Dinamarca con el Partido Popular Danés, países donde ha sido la primera fuerza, además de varios resultados no menores en otros países (10% en Grecia, 8% en Alemania).
La principal base para el desarrollo de este tipo de formaciones es la grave crisis económica y social que venimos de describir, que significa un enorme retroceso en las condiciones de vida de las masas y sirve como punto de partida para una guerra de “todos contra todos”. Es en este terreno que el discurso racista y xenófobo encuentra eco, discurso que las formaciones de extrema derecha combinan con uno “soberanista” en el terreno económico.
Marine Le Pen, del Front National, explica así en su video de campaña que hay que detener la inmigración interna en Europa, que el espacio Schengen significa que “cualquiera” puede venir a instalarse en Francia, y que para colmo los demás partidos defienden políticas ridículas como la entrada de Turquía a la UE. Días previos a la elección nos explica en otro video que hay que devaluar el euro para recuperar competitividad, oponerse al tratado de libre comercio entre la UE y los Estados Unidos, “recuperar el control de las fronteras”, y oponerse a las “transferencias de soberanía”. El discurso frente a las europeas se centra en la denuncia de la política “ultraliberal” (!) de la UE, contra la austeridad (!!) y por la soberanía popular. En ese sentido, en su discurso luego de saber que obtuvo el primer lugar, Marine Le Pen señaló que se trataba de un acto “del pueblo soberano”.
El mismo discurso se refleja en el “Manifiesto” del UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido). Allí, nos explican que el Reino Unido “perdió el control de las fronteras”, y que como consecuencia los servicios públicos están colapsados, bajo la presión de una “inmigración masiva”. Además, la Unión Europea es dañina para las pequeñas compañías y cuesta cara al estado británico. Para hacer frente a esta situación, el UKIP llama a “retomar el control” y a transformar la elección europea en un “referéndum anti-UE”.
Estas formaciones logran así captar a un sector de la población que sufre la austeridad, que ha perdido su trabajo, que ve como se rescata a los bancos y a las grandes empresas, y que además identifica estos problemas con una UE que representa los intereses de las burguesías imperialistas y que ha sido la punta de lanza de los planes de austeridad. Esto se agrava por la debilidad de las opciones de izquierda, e incluso por la negativa de la mayoría a denunciar claramente el carácter reaccionario de la UE y su rol de primer orden como garante de los planes de austeridad.
Sin embargo, no dejan de ser organizaciones políticas profundamente reaccionarias, enemigas de la clase trabajadora, de la izquierda y de todos los sectores oprimidos (mujeres, inmigrantes, las personas perseguidas por su elección sexual, de identidad, etc). En este sentido, los importantes resultados de la extrema derecha, como la victoria del Front National en Francia, no pueden ser tomados a la ligera. La organización de la lucha antifascista es una tarea de primer orden, como demuestran los crímenes de los neo-nazis de Amanecer Dorado en Grecia, o la masacre de Odesa perpetrada por los fascistas del “Sector Derecho”.
Pero sobre todo, de lo que se trata es de dar una respuesta política a la bronca de millones de trabajadores contra esta UE capitalista e imperialista, que es la principal responsable de los planes de austeridad que sumieron en la miseria a cientos de miles. Se trata de decir claramente que la UE no puede ser “reformada”, que lo que existe hoy en día no es de ninguna manera un “primer paso”, ni un punto de apoyo para una verdadera unidad entre los pueblos de Europa. Al contrario, la Unión Europea es la cadena de transmisión de las burguesías imperialistas hacia la periferia, el sostén de los planes de austeridad, y la responsable de la degradación de las condiciones de vida que lleva a la explosión del racismo y la xenofobia y al enfrentamiento entre los trabajadores sean de la nacionalidad que sean.
Las elecciones europeas deben ser para la izquierda revolucionaria una muestra clara de que no podemos tener otra política que la ruptura con la Unión Europea y con el euro, la denuncia más intransigente de las políticas de austeridad de Bruselas, y la defensa de un verdadero internacionalismo. Sólo sobre las ruinas de la actual Unión Europea capitalista e imperialista se podrá construir una verdadera Europa obrera y socialista.
La victoria de Syriza y los resultados de la “izquierda”
El contrapunto de esta situación, por el cual hablamos de polarización, es la victoria de Syriza en Grecia, que vuelve a poner al rojo vivo la situación en ese país, y, en menor medida, el resultado en el Estado Español, que refleja un crecimiento importante de las formaciones a la izquierda del PSOE, además de una crisis importante del sistema bipartidista.
Claro que cuando decimos polarización, no hablamos del grado de radicalización que han alcanzado los desarrollos en otros países como aquellos de medio oriente, que han vivido verdaderas guerras civiles, o incluso más recientemente Ucrania, donde se está al borde de la guerra civil. A lo que nos referimos es a que las elecciones europeas reflejan tendencias contradictorias, y que el resultado electoral es un reflejo mediado de la lucha de clases: no por nada los dos países que han visto el mayor aumento de la «izquierda radical», España y Grecia, han sido también aquellos que han vivido la conflictividad social más elevada de Europa.
En Grecia, Syriza se ha alzado con una victoria que sin ser aplastante, sí ha sido clara: cuatro puntos de diferencia con el partido de gobierno Nueva Democracia, cuando los sondeos pre-electorales los ponían cabeza a cabeza, y la mayoría daban por ganador a ND. Si bien es cierto que ND no se ha derrumbado (como el PASOK, que obtuvo un mísero 8% y para colmo camuflado con otro nombre), pasó del 32% en las europeas de 2009 al 23% (en las generales de Junio 2012 había obtenido el 30%). Esto se ve reforzado por los resultados de las elecciones locales, cuya segunda vuelta de realizó el mismo día que las europeas: Syriza se alzó con la victoria en la región del Ática, que concentra el 40% de la población, además de haber perdido por un margen estrecho la municipalidad de Atenas. Además, el centro de la campaña contra Syriza, tanto en estas elecciones como en las legislativas de este año, se basa en profetizar que la llegada de Syriza al poder significaría una hecatombe total, que sumiría al país y otras mentiras. Ahora que Syriza tiene responsabilidades de gobierno (nada menos que en la región más poblada del país!), será más difícil reflotar este mito en el futuro, más allá de que seguramente el gobierno regional de Syriza se vea sometido a todo tipo de presiones. A esto hay que agregarle la base social de la votación de cada partido : el mayor porcentaje de votos de Nueva Democracia viene de las zonas rurales, mientras que Syriza se asienta sobre todo en las zonas urbanas, es decir, aquellas que han estado a la cabeza de la contestación de los planes de austeridad.
En cuanto a España, allí el ganador de la elección ha sido el PP con el 26% (frente a 42% en 2009), lo cual le da sin duda algo de aire al gobierno de Rajoy, que venía muy desprestigiado. Pero ahí se acaban las buenas noticias para la clase política española. En primer lugar, si el PP salió primero es en parte por la catástrofe del PSOE: obtuvo tan solo el 23%, frente al 38% en 2009. Ambos partidos sumados obtuvieron el 49%, cuando en 2009 alcanzaban el 80%. Es decir que el bipartidismo español se encuentra en serias dificultades, como venía reflejándose en las últimas elecciones generales. Pero además, una de las grandes noticias de la jornada electoral ha sido la votación obtenida por la coalición Podemos, que tres meses después de ser creada se alzó con el 8% de los votos y consagró 5 diputados europeos. A esto se suma la elección realizada por Izquierda Unida (coalición del Partido Comunista Español), que obtuvo el 10% (frente a menos de 4% en 2009) y pasó de 2 a 6 diputados europeos. Esto significa que el ascenso de Podemos no se realizó vía una “redistribución” de los votos a la izquierda del PSOE, sino que ese sector en general creció: del 4% de IU en 2009, al 18% que suman Podemos e IU en estas elecciones.
No nos detendremos aquí a analizar políticamente Syriza, Podemos o Izquierda Unida (sobre los cuales ya hemos hablado y que además trataremos en otro artículo sobre las elecciones europeas centrado en los resultados de la izquierda). De lo que se trata es de señalar que, más allá de los límites de esas formaciones, lo que esas votaciones reflejan es un claro rechazo a las políticas de austeridad y a la UE, pero por la izquierda. Para un trabajador griego que realizó decenas de huelgas generales, que tomó las calles junto a cientos de miles, que vio como a pesar de ello los paquetes de austeridad se aprobaban uno tras otro, hacer morder el polvo a los lacayos de la UE de Nueva Democracia, mas no sea en el terreno electoral, sólo puede ser vivido como una victoria. En el mismo sentido, mas allá de nuestras críticas, Podemos refleja a los sectores que salieron a la lucha en los últimos años: movimiento de indignados, diferentes “mareas” (educación, sanidad); esto se expresa además en la composición de la lista, con activistas de estas luchas.
Esto tiene importancia en dos puntos. En primer lugar, la victoria de Syriza en Grecia tuvo impacto internacional: se trata de uno de los países que ha estado en el centro de la escena los últimos años, tanto por ser el “conejillo de indias” de la austeridad, como por las heroicas resistencias que se han desarrollado allí. Que en ese país se haya impuesto un partido cuya identidad se basa esencialmente en el rechazo de los planes de austeridad, es un dato no menor para el escenario internacional. En segundo lugar, como hemos dicho, las votaciones obtenidas por la “izquierda radical” reflejan las luchas que se dieron en los últimos años en toda Europa. En ese sentido, los buenos resultados obtenidos pueden servir para apuntalar la moral de los sectores en lucha, y podrían ser un punto de apoyo para relanzar la pelea contra los planes de austeridad de la Troika.
Claro que se trata, sin embargo, de formaciones políticas cuya perspectiva no es la pelea en las calles, la organización independiente, sino el combate puramente electoral. En ese sentido, la victoria de Syriza, y un eventual gobierno de ese partido en Grecia, pueden apuntar también a la cooptación del movimiento de masas, y a depositar esperanzas en los mecanismos institucionales; un fracaso de esos gobiernos podría ser una grave derrota para los sectores en lucha (el drama que se vive como producto de la crisis del chavismo está ahí como recordatorio para aquellos que vieron en Venezuela una “transición al socialismo”).
Por eso es más actual que nunca la construcción de organizaciones revolucionarias, enraizadas en la clase obrera e independientes de todo sector patronal. Organizaciones que puedan marcar a cada paso los límites de las direcciones reformistas, que den la pelea por una salida no institucional a la crisis del capitalismo. Las elecciones europeas, con todas sus contradicciones, han demostrado que hay espacio político para estas alternativas. También han demostrado, lamentablemente, que la extrema-derecha esta lista a recoger los frutos de la traición de los reformistas, y de la debilidad de los revolucionarios.