¡No al bombardeo imperialista a Siria!

DECLARACIÓN DE LA CORRIENTE SOCIALISMO O BARBARIE INTERNACIONAL

 Obama busca ahora la aprobación del Congreso yanqui para atacar

¡No al bombardeo imperialista a Siria!

 

“Jay Shapiro, un canoso habitante de Jerusalén, recordó el adagio de que la política exterior norteamericana tenía palabras suaves y un garrote pesado y dijo ‘La política del presidente Obama es todo lo contrario. Grita y no tiene garrote. No nos cuida las espaldas. No cuida ni las espaldas de Estados Unidos’…” (La Nación, miércoles 4 de septiembre del 2013)

El retroceso ante el inminente ataque del gobierno de los EE.UU. a Siria abrió una cierta crisis política en las filas del imperialismo. Todo estaba dispuesto pero la derrota del gobierno de Cameron en la Cámara de los Comunes en Inglaterra, obligó a Obama a dar un paso atrás. Aislado internacionalmente respecto del ataque y sin su aliado tradicional, el gobierno yanqui decidió salir a buscar en su propio Congreso una legitimidad que no logró en el mundo. Pero a no confundirse: esto no quiere decir que el ataque no vaya a proceder. Por el contrario, está cada vez más cerca. Ayer martes 3, en una reunión especial con un grupo de senadores, importantes figuras de la oposición republicana señalaron que “apoyarán a Obama en su pedido al Congreso”.

A continuación presentamos una nueva declaración sobre la crisis abierta por el inminente bombardeo a Siria con un análisis del significado de los eventos respecto del curso actual del imperialismo, así como también del contexto internacional en el cual se está desarrollando la guerra civil en Siria.

Buscando la legitimidad perdida

El paso atrás de Obama cuando se esperaba de manera inminente el ataque a Siria causó honda impresión internacionalmente. Fue una representación gráfica de cómo está el escenario internacional de las grandes potencias, su grado de fragmentación. No hay ninguna duda de que los EEUU son la potencia imperialista de lejos más importante. Sigue siendo, aun, la primera economía mundial, y, además, es, de lejos, la principal potencia militar. Y esto seguirá siendo así por los próximos años.

Sin embargo, el debilitamiento relativo de su lugar en el mundo es un hecho tan testarudo como el que acabamos de señalar. Muchos analistas, de manera impresionista, señalan que los Estados Unidos están “más fuertes que nunca” (esto ocurre, sobre todo, en los que revistan en el filo-chavismo). Pero este análisis no resiste los hechos objetivos.

Mientras que a la salida de la Segunda Guerra Mundial EE.UU. gozaba de prácticamente la mitad del PBI mundial, hoy está reducido a un quinto del producto global y China amenaza con desplazarlo del primer lugar en el ranking en las próximas décadas (lo que no quiere decir que esta última vaya a gozar la primacía de la primera en investigación y desarrollo, ramas de punta y demás, lo que nos remite a otro debate que no podemos hacer aquí[1]).

Al mismo tiempo, desde el punto de vista geopolítico también ha habido profundas modificaciones. La caída de la ex URSS a comienzos de los años 1990 dejó a Estados Unidos como única superpotencia mundial. Sin embargo, el análisis no podía esconder que, sin embargo, se trataba de una superpotencia que venía arrastrando ya un debilitamiento relativo en varios frentes.

Esta situación de debilitamiento en el plano internacional (geopolítico, del sistema mundial de estados) se agravó en la última década con el empantanamiento y la relativa derrota política de sus intervenciones en Afganistán e Irak. Que se nos entienda bien: de ninguna manera sufrió una derrota militar en el terreno: no salió “como rata por tirante” como en 1975 en Vietnam (con esa imagen de la embajada yanqui en Saigón siendo abandonada a último momento en helicóptero mientras los soldados del Vietcong la rodeaban).

Sin embargo, no logró imponer del todo sus planes políticos en dichos países: la inestabilidad los caracteriza; y se transformaron en un pantano militar del que Obama está intentando de salir desde el comienzo de su mandato. El masivo rechazo de la población de los países imperialistas a una intervención en Siria tiene ese trasfondo.

Este debilitamiento económico y geopolítico de los EE.UU. en el concierto internacional, es lo que ha llevado a su pérdida de autoridad. Se podría decir que décadas atrás el gobierno yanqui “tocaba pito” y todo un séquito de países se alineaba detrás del gran amo del “mundo libre”. Hoy no es así. Por el contrario, la operación de “castigo” a Al-Assad por su genocidio sobre la población de su propio país ha cosechado más reparos que apoyos.

De entre los ascendentes países BRIC, Rusia y China se han opuesto desde el vamos, y Brasil está más dedicada a poner el grito en el cielo por las espías de los servicios secretos yanquis a Dilma Roussef que a otra cosa (esto a pesar de que, históricamente, la política exterior brasileña ha estado muy alineado con USA).

Las potencias imperialistas derrotadas en la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Japón, siguen estando tan “anuladas” en materia de intervenciones militares como siempre. Pero esto último ha sido habitual en la posguerra. Tampoco es una gran novedad la renuencia de la ONU a las intervenciones militares imperialistas. Se la suele “saltear” por esto.

Además, en su Consejo de Seguridad, Rusia y China, aliadas del gobierno sirio, tienen poder de veto. Y la demagogia del Papa y el Vaticano tampoco son sorpresa (denuncian que se viene “una guerra mundial” y Bergoglio habla por la libre “contra las guerras”).  Claro que, de todos modos, todo esto suma en contra de la legitimidad internacional del ataque.

Pero lo que rebalsó el vaso fue la derrota del primer ministro inglés, Cameron, en la Cámara de los Comunes. Este si fue un tremendo cimbronazo. Cimbronazo que proviene, nada más y nada menos, del principal aliado histórico de los EE.UU.

La explicación de esta derrota legislativa: la población en Inglaterra también está escaldada. Cuando en el 2003 se armó la coalición imperialista para atacar Irak, un enorme frente único de organizaciones populares llamado Stop de War Coalition se montó para rechazar la guerra y llevó a cabo movilizaciones de masas casi sin antecedentes. Aquella invasión no se pudo parar; pero las consecuencias del fracaso político de dicha intervención se pagan ahora; y no sólo en dicho país sino en todo el “mundo imperialista”: las opiniones públicas de dichos países no quieren más guerras de agresión[2].

Es en este contexto de falta de unidad y legitimidad internacional (sólo el gobierno “socialista” de Holland en Francia se mantuvo firme en acompañar la intervención; pero ese apoyo es demasiado débil como factor legitimador), que Obama decide girar sobre sus pasos y buscarla dentro del país: de ahí que apele a su parlamento. Y la cosa no es fácil porque esta falta de legitimidad o rechazo se expresa, como ya hemos señalado, en la opinión pública de los países imperialistas: ¡el 64% de los franceses, el 66% de los norteamericanos, el 50% de los británicos y el 58% de los alemanes rechazan la intervención en Siria!

Al-Assad, el mejor “aliado” de Obama

Aunque parezca increíble, el hecho es que el mejor “aliado” que tiene Obama para lanzar su bombardeo… es el presidente sirio. Es que a pesar de todas las dificultades que se le abrieron después, Obama encontró una coartada perfecta para hacer volver a hacer valer el rol de los EE.UU. como policía del mundo en la masacre perpetrada por el gobierno sirio. Este último produjo el mayor genocidio con gases letales que se haya visto hasta ahora en el siglo XXI y uno de los mayores del último siglo. En una edición anterior de nuestro periódico explicamos cómo pudo ocurrir esto: muchos se interrogan cómo Al-Assad puede atacar a su propia población.

La respuesta es simple: la guerra civil en curso se está llevando adelante de manera creciente sobre líneas “sectario-religiosas” y/o “étnicas” en un país fragmentado por esos clivajes, es decir, dónde los alineamientos a favor del gobierno o de la resistencia se producen prácticamente por regiones, poblaciones y barrios. O sea, territorialmente. Ni corto ni perezoso, Al-Assad disparó misiles con gases mortales hacia localidades opositoras de las cercanías de Damasco, cubriendo luego su crimen con un doble crimen: un intenso ataque de artillería.

Hizo esto a modo de escarmiento: si una determinada población se alinea con el bando enemigo, eso es lo que se va a pasar: ¡será atacada con gases letales durante la madrugada cuando aun se encuentra durmiendo! Es difícil pensar en una imagen más terrorífica.

Pero en la deriva casi “fratricida” del conflicto sirio, los fragmentarios núcleos de la resistencia tienen casi igual responsabilidad. La realidad es que el levantamiento popular contra la dictadura sangrienta de Al-Assad fue un levantamiento progresivo, parte de la “primavera” que se está viviendo en el mundo árabe. Sin embargo, en este caso como también actualmente el de Egipto y anteriormente el de Libia, la militarización del conflicto no fue un paso progresivo, una “radicalización” como la leyeron muchas corrientes del trotskismo internacionalmente marcadas por un ridículo análisis mecánico y “objetivista” de los procesos de la lucha de clases (las cosas siempre “avanzan y avanzan”; ver polémica en esta misma edición).

Su efecto real fue, más bien, quitarle toda proyección independiente y no sectaria al proceso de rebelión popular, y entregarle la dirección a un conjunto de formaciones que defienden intereses ajenos a los de los explotados y oprimidos. En ella operan formaciones laicas (en verdad, sunnitas “moderadas”) pero también islamistas rabiosas, con diferentes afiliaciones. Algunas monopolizadas por Al-Qaeda o grupos salafistas financiados desde Arabia saudita y estados del Golfo, otras por la Hermandad Musulmana con centro en Egipto (ahora de capa caída), otras sostenidas desde Turquía por EEUU y el gobierno turco de Erdogan (que se encuentra reprimiendo su propia rebelión popular), otras de los separatistas armenios… y así de seguido.

Todo esto hizo el juego a la dictadura, porque acabó con el impulso inicial de las protestas populares de demandas democráticas junto con un expreso rechazo a las divisiones sectario-religiosas y/o de nacionalidades.

Por su parte, la dictadura lo aprovechó para hacer un chantaje a las numerosas comunidades minoritarias religiosas o nacionales, y también a los sectores moderados y/o laicos de la mayoría sunnita: “o me apoyan o vienen estos bárbaros islamistas y salafistas”. Al Assad se presenta como “el mal menor”. Este chantaje ha tenido cierto éxito y explica socialmente las dificultades para derrotarlo.

Esto  ha ido  llevando el proceso a un callejón sin salida dónde ningún bando aparece claramente como progresivo y da excusas al imperialismo para intervenir: ¡si hasta es un hecho que la susodicha resistencia pide a gritos el bombardeo de Obama!

De ahí que la transformación de la rebelión popular en guerra civil no haya sido un desarrollo progresivo de la misma. El proceso pide a gritos la irrupción independiente de las masas sirias: la aparición de sectores de la juventud estudiantil y la clase obrera como sujetos independientes, que ofrezcan un tercer actor en la contienda. Esto que, con todas sus limitaciones, ha sucedido en Egipto, aún no ha ocurrido en Siria.

Sin embargo, lamentablemente, esto es muchísimo más fácil decirlo a que ocurra. La guerra civil ha acentuado la fragmentación comunitario-religiosa y cuando ese reflejo identitario es el que domina, los conflictos se sustancian no de una manera aun sea indirecta “clasista”, sino con los rasgos “fraticidas” que estamos señalando.

No a los bombardeos. A Al-Assad hay que echarlo con la movilización de masas del pueblo sirio. 

Sigue siendo lo más probable que Obama logre apoyo para descargar su mortal bombardeo. Todo indica que a pesar de la obligada pausa, y que el debate en el parlamento yanqui va a tener sus alternativas, el compromiso de las principales personalidades políticas, republicanas y demócratas, para autorizar aunque más no sea una “acción limitada”, será un hecho.

Aun así, es evidente que ahora es el momento de reforzar los esfuerzos por parar al imperialismo. Hay que exigir a los gobiernos de cada país dónde militan fuerzas de nuestra corriente, que se declaren públicamente contra el ataque. Desde la izquierda revolucionaria tenemos la obligación de plantear la necesidad de juntar ya mismo un amplio frente único para discutir acciones tendientes a evitar, parar o denunciar el eventual bombardeo yanqui a Siria.

Y también para colocar una salida independiente sobre la mesa, que plantee que no estamos ni con Obama ni con Al Assad (como es el vergonzoso caso del castro-chavismo), sino por una salida de los explotados y oprimidos para la guerra civil siria y las rebeliones populares, hoy empantanadas del mundo árabe en general.


[1] Ver al respecto “El ascenso de los países BRIC, la decadencia relativa de los EE.UU. y los problemas de la acumulación. Perspectivas del capitalismo a comienzos del siglo XXI”. Revista Socialismo o Barbarie, 26, febrero 2012.

[2] Este es otro enorme factor de debilidad del imperialismo: las guerras de agresión no son solamente un subproducto del poderío militar: deben tener legitimidad y apoyo en su propia población. Y la población de estos países no resisten desde la derrota en Vietnam las guerras y sus costos: los muertos. La contradicción es que sin muertos, no hay posibilidad de sustanciar ninguna guerra: de ahí toda esta teorización de los ataques quirúrgicos y demás, que no pueden tapar la situación de debilidad relativa del imperialismo que estamos señalando.